Isabel II, Alfonso XIII y Juan Carlos I, monarcas católicos a pesar de sus defectos
No es una casualidad que los medios de comunicación hayan atacado, en los mismos días, a dos reyes de España tan distanciados en el tiempo como son Juan Carlos I y su tatarabuela Isabel II (1833-1868). Y en los dos casos la información ha descendido hasta el fango, adobada con los correspondientes chismes de alcoba, para desprestigiarlos con más saña.
Y como a uno ya no le chorrean las aguas bautismales, tengo muy claro que los ataques no van tanto contra sus regias personas, como contra la institución a la que representan…, que es la Monarquía católica. Lo que de verdad no pueden soportar estos alcahuetes no es tanto el nombre de la institución —la monarquía—, como su apellido —católica—.
Así es que han decidido cortar por lo sano y se empeñan en promover la tercera República, porque, suprimido el nombre, ya no habrá lugar para el apellido. De Felipe VI y de Letizia no dicen nada porque, aunque representan lo mismo que Juan Carlos e Isabel II, los actuales monarcas se prodigan en gestos para manifestar que son tan modernos, que ya no representan lo mismo que sus antepasados. De católicos, nada de nada. Se equivocan de estrategia. A los enemigos de España les da lo mismo: también se los cargarán, no vaya a ser que estos reyes tan puestos al día aprendan de la historia y vuelvan a las andadas de sus ancestros.
Como lo de los chismes contra Juan Carlos están por todos los sitios, y son de sobra conocidos, me centraré en la basura que han vuelto a arrojar contra el buen nombre de Isabel II. Días atrás, un medio de comunicación, en un ataque de rabiosa actualidad, ha vuelto a publicar las acuarelas obscenas y calumniosas que los hermanos Bécquer editaron hace más de ciento cincuenta años, para denigrar la fama y el buen nombre de los reyes de España, Isabel II y Francisco de Asís, así como de su confesor, San Antonio María Claret, y de su amiga, la religiosa Sor Patrocinio.
Y esto porque, de la monarquía católica, los cristófobos no quieren eliminar el nombre, sino el apellido. Peculiaridad española: los enemigos de España siempre lo son porque odian a Cristo
Y no deja de ser llamativo que estas acuarelas tan mentirosas, tan chabacanas, del peor de los gustos y tan antiguas, hayan centrado la publicación de una historiadora feminista, que tiene casi todo de feminista y bien poco de historiadora, porque es tan gigantesco su sectarismo que se la ve venir hasta de lejos.
Todavía permanezco a la espera de que se pruebe documentalmente alguno de los múltiples adulterios, que se adjudican a Isabel II. Después de estudiar su reinado durante más de cuarenta años, todo lo que yo me he encontrado son chismes y habladurías.
Pero lo que no puedo entender es la negativa de colegas feministas y feministos —que haberlos haylos— a no calificar los supuestos adulterios de Isabel II como manifestaciones de una mujer adelantada a su tiempo, que se atrevió a romper los tabúes de su época. No, no dice eso la feminista disfrazada de historiadora, porque, al margen de lo que pudiera hacer o dejar de hacer fuera del lecho matrimonial, la reina Isabel II tenía una cabeza católica, tan distinta y contraria a la mente de una feminista y, claro, como no es de la suyas… En definitiva, por los mismos hechos por los que le podía haber puesto por las nubes, le arrastra por el fango, tachándola de putón desorejado. Pero nada de esto tiene que ver con la Historia, que es un disciplina más seria y respetuosa con la verdad.
Como era católica y no feminista, los progres presentan a Isabel II, no como una mujer liberada, sino como un putón desorejado
Veamos en qué consiste. Las cigüeñas han vuelto a hacer este año sus nidos igual, exactamente igual, que en la Edad Media y lo mismo que hace miles de años. Ortega explicó la causa de esta reiteración cuando dijo que los animales tienen tiempo, a diferencia de los hombres, que tenemos historia. La historia la construye cada generación a golpe de decisiones sobre la herencia recibida para aceptar, modificar o rechazar el legado de nuestros antepasados. Por eso, en la historia no hay leyes que fijen y predeterminen nuestro destino, como les ocurre a las cigüeñas. Nuestra historia es un conjunto de decisiones, de actos humanos, y como no hay acto humano sin libertad, la historia es la historia de la libertad. En consecuencia, la tarea del historiador consiste en estudiar las decisiones para saber en qué medida aceptamos, modificamos o rechazamos las herencias recibidas.
Pocos grupos humanos tienen una historia tan rica, tan bella y, en definitiva, tan humana como la sociedad española. Resulta extraordinaria la aportación española a la Civilización Occidental de grandes figuras: estadistas, literatos, artistas, científicos y, sobre todo y lo más importante, santos y mártires por millares, porque nuestra Civilización además de Grecia y de Roma, también es Jerusalén.
Los enemigos de España de todos los tiempos, y muy especialmente en la actualidad lo son fundamentalmente por su oposición al cristianismo. Aunque también es cierto que los tiempos que nos han tocado vivir tienen una peculiaridad frente a los siglos precedentes. Nunca como hoy los enemigos de Cristo en España han tenido tantos aliados de católicos tibios, a los que con tal de que les sonría el país y hasta el mundo —entiéndase también los periódicos con estos mismos títulos en sus cabeceras— están dispuestos a representar en sus vidas el papel de tontos útiles, y hasta de oficiar de verdugos contra los católicos coherentes en esta nueva persecución ya desatada, que en su día describí como el martirio de la coherencia.
Pero frente a los enemigos de la Cruz de Cristo y sus aliados se alzaron siempre los Hijos de luz, porque en ningún sitio como en España se hacen verdad las palabras escritas por San Agustín hace dieciséis siglos: «Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, la ciudad terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la ciudad celestial».
Por todo ello, nada tiene de extraño que la mejor amiga de Isabel II, la religiosa Sor Patrocinio, haya sido perseguida y cubierta de calumnias en vida y después de su muerte. Entre las muchas mentiras que se han lanzado contra ella, se le ha acusado de aprovechar su amistad con la reina para sus tejemanejes políticos.
Nunca como hoy los enemigos de Cristo en España han contado con tantos aliados, en forma de católicos tibios. Actúan como verdugos contra los católicos coherentes
Sor Patrocinio fue una mujer extraordinaria, no solo por su belleza física y por su inteligencia sino, sobre todo, por su singular vida de santidad. Su biografía es impresionante.
El 18 de enero de 1904 la reina Isabel firmó su declaración en el Proceso Ordinario de la Causa de Beatificación y Canonización de Sor Patrocinio. Copiaremos a continuación unos párrafos del extenso testimonio aportado por ella. No puede hacerse un desmentido más rotundo de las calumnias que contra Sor Patrocinio se han vertido sobre que se entrometía en los asuntos políticos de España. A Isabel II se le podrá acusar de muchas cosas, menos de no ser sincera, cuanto más en los umbrales de la muerte (9-IV-1904) y cuanto ya no tenía nada que ganar ni nada que perder. Esto es lo que escribió bajo juramento a menos de tres meses de su muerte, en unos momentos y circunstancias en los que lo único que importa es decir la verdad:
“He sido testigo de esto y puedo jurarlo con la mano puesta sobre mi corazón y sobre la imagen de Dios que me ha de juzgar. Contra ella se ha dicho todo lo malo que decirse puede; pero todo fue urdido por los emisarios del maldito Satanás, que, así como a los primitivos cristianos echaban los gentiles la culpa de cuantas desgracias ocurrían, así también los masones, si se encendía en España la guerra civil, si caía un ministerio, si se atentaba contra mi real persona, si se daba algún puesto a algún personaje, en seguida gritaban por medio de la prensa impía: “Son cosas de la monja sor Patrocinio”; y yo protesto delante de Dios y de los hombres que ella jamás tuvo parte en tales cosas, ni se mezcló nunca en cosas de gobierno ni de política. Y doy muchas gracias a Dios porque me ha conservado la vida hasta este momento en que puedo desmentir de una manera solemne todas las calumnias e imposturas que contra tan santa religiosa propagaron los enemigos de Dios y de la patria española.
Aunque mi amada y venerada madre sor Patrocinio no tuviera a su favor más que la clase de hombres que la persiguieron, desterraron y calumniaron, tendría bastante para que cualquier persona sensata se formara un subido concepto de su virtud. La persiguieron los malos, los impíos, los enemigos de la Iglesia, prueba inequívoca de que ella no era de su bando, sino buena, piadosa y santa. Siento un indecible consuelo en dar esta declaración en los últimos años de mi vida, a favor de la inocencia y de la justicia perseguida. Ya moriré contenta, y Dios, en cuya presencia hago esta declaración, la reciba en descuento de mis pecados y culpas y aumento de gloria que creo firmemente goza ya mi tan amada madre sor María de los Dolores y Patrocinio”.
Impresionante por haber sido dicho por una reina católica de cabeza y corazón, en su lecho de muerte, cuando no cabe la mentira. Porque sean verdad o mentira los chismes de los alcahuetes, yo me quedo con los débiles de entrepierna que no de corazón, como Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII y Juan Carlos I. Ninguno de ellos fue un rey crustáceo: duro por fuera, blandengue por dentro. Los grandes reyes son justamente al revés, como el veleidoso Alfonso XIII, de quien dicen que pellizcaba algún trasero femenino pero que se enfrentó a los masones que le amenazaron con echarle del trono (¡Y vaya que si lo hicieron!) si no cumplían sus exigencias para descristianizar España.