Santo Rosario
La vicepresidenta segunda de las Cortes de Castilla León, Ana Sánchez Hernández, ha saltado a la fama porque le pasan cosas muy, pero que muy raras. Mediante unas declaraciones suyas recientes, nos ha hecho saber que le salen agujetas, no por hacer deporte, sino por reírse. Y a partir de aquí se ha sabido que esta señora colecciona rarezas, porque también es bastante raro que, a sus casi cincuenta años, no figure en su curriculum el haber ganado ninguna oposición o trabajado en alguna empresa. Y para remate de sus rarezas, ella misma manifiesta ser a la vez cristiana y socialista… Y esto es bello e instructivo -como diría el director de Hispanidad-, sobre todo lo segundo, porque así se entiende que haya podido vivir desde hace veintidós años gracias al carnet del PSOE.
Pues resulta que la precitada socialista ha manifestado que el origen de sus agujetas han sido las carcajadas que le ha producido el ver cómo unos jóvenes rezaban el rosario en una de las manifestaciones que todos los días pasados han tenido lugar ante la sede su partido, el PSOE, en la madrileña calle de Ferraz.
Cardenal Sarah: “La crisis de la Iglesia ha entrado en una nueva fase: la crisis del Magisterio. Obispos y sacerdotes parecen contradecirse e imponen sus opiniones personales como si fueran una certeza. El resultado es confusión, ambigüedad y apostasía
Yo también los vi rezar por la televisión, pero no me reí. Me pareció impresionante y ejemplar ver a esos chicos invocar el auxilio de Santa María en favor de nuestra patria. Y hasta escuché la entrevista que le hicieron a una de las chicas que rezaban el rosario, que manifestó que había decido participar de ese modo en la concentración, “porque la oración es el arma más potente”.
Y esto es lo que no entienden ni la mencionada cristiano-socialista de pitiminí, ni cuantos piensan que la religión no puede traspasar los muros del templo. Esta incapacidad para detectar el sentido transcendente de la vida, que acaba por desterrar todo lo religioso de nuestros quehaceres, no ha sido provocado desde fuera de la Iglesia, sino desde dentro.
A esta situación, con más conocimiento y autoridad que yo, se ha referido recientemente el cardenal Sarah en estos términos: “la crisis de la Iglesia ha entrado en una nueva fase: la crisis del Magisterio. Obispos y sacerdotes parecen contradecirse e imponen sus opiniones personales como si fueran una certeza. El resultado es confusión, ambigüedad y apostasía. Una gran desorientación, un profundo desconcierto y una incertidumbre”.
Por los años que tengo, he vivido y he visto una situación de la Iglesia bien diferente a la actual. En mi juventud, asistí al tránsito de aquella situación -preconciliar la llamaban- a este calamitoso estado de cosas, que se alentó mediante el engaño de que lo anterior al Concilio Vaticano II era la Iglesia anticuada e invernal, y que por lo tanto había que hacer reformas que nos permitieran recalar en una primavera de la Iglesia.
Y a pesar de lo burdo del engaño, todavía hay quien se cree patrañas tales como que los conventos de entonces se llenaban de personas muertas de hambre, que se refugiaban en los claustros para llenar la andorga. Sin embargo, los hechos son tozudos y las imágenes mucho más, como el reportaje de los años del invierno de la Iglesia que hizo TVE del Monasterio de clausura de religiosas Jerónimas de Santa Paula de Sevilla. Les invito a que lo vean pinchando este enlace; sobre todo, se lo recomiendo a los lectores más jóvenes que no vivieron en aquellos años, para que no se dejen tomar el pelo. Pues bien, este convento de Santa Paula de la época de aquella Iglesia invernal y anticuada estaba lleno a rebosar de monjas jóvenes, regido como priora por una mujer insigne, como fue María Cristina de Arteaga y Falguera (1902-1984).
Esta priora del monasterio de Santa Paula de Sevilla no era precisamente una muerta de hambre. Su padre fue el XVIII marqués de Santillana y el XVII duque del Infantado; su madre tuvo el título de condesa de Santiago. Y por ser ahijada de la reina María Cristina (1858-1929) se le impuso su nombre.
Y todo lo anterior es lo que tenía por herencia familiar, pero es que María Cristina de Arteaga y Falguera puso lo suyo de su parte, antes de tomar el hábito. Su curriculum es impresionante. Fue una de las pocas mujeres de su época que obtuvo el título de Bachiller, lo consiguió en el Instituto de San Isidro Madrid en 1918 con la máxima calificación. Cursó la carrera de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, que entonces se llamaba Universidad Central, con premio extraordinario de licenciatura en 1920. Dos años después, fue la primera mujer que se doctoró en Historia con una tesis titulada Una mitra sobre dos mundos, sobre la vida del beato Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659). Historiadora, ensayista y poeta, compaginó esta actividad intelectual con su militancia en la Confederación Católica de Estudiantes.
Pero Cristina de Arteaga llegó a un punto, según ella manifestó en cierta ocasión, que “los éxitos académicos, literarios y mundanos no me llenaban y seguí una vocación que por encima de todas me fascinaba desde niña. Quería ser monja en un gran claustro en el que pudiera cultivarse la vida intelectual con la espiritual”. Sin duda, que solo por lo apuntado hasta aquí, Sor Cristina de Arteaga está reclamando una biografía, ya que la vida de esta monja es mucho más interesante que las peripecias de todas esas mujeres tan raras, que estudian las pichonas del feminismo moderadito, con el inútil propósito de que no las tachen de anticuadas.
El cristianismo tradicional es aquel que se quedó donde estaba y desde donde estaba creció
Benedicto XVI, mediante una versión peculiar de la parábola de la oveja descarriada, cuando todavía era el cardenal Ratzinger contaba el paso de la Iglesia del invierno a esta peculiar primavera, sin brotes verdes ni flores, en la que se vacían y se cierran conventos, seminarios y se expulsa a Dios de las familias y de la sociedad. Y desde luego que quien me lo contó es una fuente bien fiable, de manera que yo no dudo de que el autor de esa versión fuera quien me dijo mi fuente que había sido. Se lo cuento.
La versión del entonces cardenal Ratzinger coincidía con la del Evangelio en lo de la huida de oveja depravada y la salida del pastor para buscarla por los montes, hasta que la encontró. A partir de ese momento varía, porque -según la versión del cardenal- cuando la puso sobre los hombros para llevarla al redil, la oveja la emprendió a patadas y mordiscos contra el pastor, saltó al suelo y se escapó. De manera que el pastor llegó al redil sin la oveja perdida y compungido, y más triste que se puso todavía, cuando comprobó que durante su ausencia se había ido la mitad de las ovejas que había dejado.
Y en ese punto quedó inacabado el relato del cardenal Ratzinger, a pesar de que la historia prosiguió, como se lo voy a completar a continuación. Esta es mi versión: solo con una mentalidad un tanto racista y xenófoba se podría pensar que la primera oveja que se marchó del redil era la oveja negra. Pues no, la oveja era roja, por eso la emprendió a mordiscos y patadas contra el pastor porque llegó al convencimiento de que sus cuidados alienaban al rebaño y su trato era el opio de la oprimida clase ovejuna. Y como lo mismo pensaba la mitad del rebaño, porque había otras cuarenta y nueve ovejas tan rojas como la que se había ido, en ausencia del pastor también se fueron y de ellas nunca más se supo.
El cristiansimo progresista es aquel que se expandió por todo el mundo hasta desaparecer
Pero quedaban otras cincuenta, de las que tan solo cinco eran blancas, porque el resto eran azules, verdes y las había hasta de colorines, exactamente de esos colorines en los que ustedes están pensando. Y tan alborotados estaban los dos bandos que lo cierto es que en el redil no había paz, así es que el pastor para acabar con el conflicto pensó largarse con las 45 ovejas, porque le parecía que eran alegres, bullangueras y que no tenían cara de vinagre, pero lo que lo que le empujó a tomar definitivamente su decisión fue el darse cuenta de que era más democrático irse con la mayoría que quedarse con la minoría. Y fue así como las cinco ovejas blancas se quedaron solas en el redil y sin pastor.
Pero sucedió con el tiempo que de todas las cuarenta y cinco que se habían ido, unas se hicieron mayores y las otras se volvieron machorras y así se llegó a esa situación del “donde quita y no pon, pronto se llega al hondón”. Él y ellas desaparecieron de la Historia, y ni del pastor ni de la segunda tanda que había huido se volvió a saber nada de nada.
Sin embargo, las cinco que se habían quedado en el redil siguieron viviendo tradicionalmente. Y haciendo lo que las ovejas habían hecho desde siempre, fueron llenando el redil de corderos... Una bella mujer del lugar cuidó las ovejas blancas, hasta que un hijo suyo la sustituyó y se hizo cargo del nuevo rebaño, que había crecido hasta superar el número de las cien. Cada mañana salían a pastar a una tierra nueva y por unos parajes en los que se veía el firmamento en su esplendor, porque también el cielo era nuevo.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá