Mariano Rajoy, con más sorna que pulso, aseguró, durante el reciente Congreso del PP, que al partido le convenía alejarse de doctrinarios y tener bien puestos los pies en la realidad.

Lo primero es lo que siempre dicen los tibios, que confunden fundamentalismo con fundamento, doctrinario con doctrina e ideología con ideas. O sea, como a son Mariano, al que no le gustan ni las doctrinas ni las ideas.

En especial, el señor Brey siente inquina por los principios y las convicciones morales, algo, como se sabe, totalmente ajeno a la realidad y que perjudica seriamente la digestión. Y esto también es ‘mucho’ cierto: la realidad no es más que las consecuencias de los principios morales de cada cual. Y esto, no vayan a creerse que ocurre desde que adviniera la modernidad, sino desde que el hombre fuera dotado de alma libre, con un tal Adán y una tal Eva, al decir de los cronistas.

Por tanto, aconsejo a Pablo Casado que no imite a Rajoy.

​En este segundo caso, puede ser absorbido, bien por Ciudadanos bien por Vox

Pero Casado tampoco debe convertirse en un clon de José María Aznar, alguien que tiene las ideas –no muchas– bastante más claras que don Mariano, pero que tiende a elevarse a la nube, dado que su gaseoso ego no cabe dentro sí mismo, con lo que se infla y corre el peligro de llegar a la estratosfera. Aznar es mejor pensador que Rajoy y ama la verdad, pero la ama un poco menos que a sí mismo.

Pablo Casado, nuevo presidente del PP, no debe elegir ni al uno ni al otro. Debe convertirse en un doctrinario de la recta doctrina y en un hombre capaz de ilusionar a los demás, no de ilusionarse consigo mismo. Porque, de otra forma, se lo comerán: bien Ciudadanos, bien Vox y, en el peor de los casos, ambos, que se repartirán sus despojos.

El PP puede y debe refundarse, debe acogerse a aquellos principios de la derecha cristiana que en su día mantuvo: sobre todo el derecho a la vida sobre el que giran todos los demás. O bien puede desaparecer: Rivera y Abascal está preparándose para deglutirlo.