Si el aborto es un derecho, la humanidad está perdida.
Desde la concepción hasta la muerte natural. Todo lo que sea interrumpir ese proceso es acabar con una vida humana de forma violenta. Llevamos tres generaciones engañándonos al respecto, lo que ha provocado el mayor genocidio de la historia: el perpetrado contra el concebido y no nacido, el aborto en cualquiera de sus muchas formas.
Todo lo que sea interrumpir ese proceso es terminar con una vida humana de forma violenta
Y lo grave es que ya ni nos arrepentimos de ello, hasta incurrir en la blasfemia contra el Espíritu Santo: es decir, en defender el aborto como un derecho. O sea, en llamar bien al mal y mal al bien, muerte a la vida y vida a la muerte.
Esto es: el camino sin retorno y hasta este hemos llegado, como recuerda Javier Paredes, porque nos hemos vuelto cobardes.
Llevamos tres generaciones engañándonos con el aborto, hasta convertirlo en un derecho.
Menos mal que la minoría provida, también la Iglesia, ha mantenido ese principio: no toques a la persona, que persona es, desde la concepción hasta la muerte natural.
Es la blasfemia contra el Espíritu Santo, el signo de nuestro tiempo: llamar bien al mal y mal al bien.
No lo toques porque hasta en las mismas fieras vengará Dios la muerte del hombre. No podemos banalizar el sexo; mucho menos la muerte. Porque lo habitual no es lo normal.