Lo dice San Juan Pablo II, en su encíclica Evangelium Vitae (1995): “Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática”.

Buen texto para recordar hoy, a de los Santos Inocentes, que prefiguraron hace 21 siglos, a los nuevos niños mártires del aborto, que no se cuentan por decenas sino por decenas de miles. La muerte del niño no nacido por aborto constituye -también para San Juan Pablo- la muerte del ser humano más inocente y más indefenso de todos. Habituarse a ello es volver a la barbarie... justamente lo que nos está ocurriendo ahora mismo.

En cualquier caso, también hay un perdón para la mujer que aborta. Para ello, como siempre en el perdón, el único requisito es que, además de perdón, que lo hay, haya arrepentimiento.

Dios perdona a la mujer que aborta y el hijo abortado también: ¿acaso esa criatura no está en el Paraíso?