Sr. Director:

Entre las crónicas periodísticas sobre las graves situaciones que padecen en Ucrania a raíz de la invasión del ejército de Putin, algunas nos informaban sobre las angustias y vicisitudes que atravesaban en Kiev unas enfermeras ucranianas encargadas de la lucrativa industria de los vientres del alquiler, junto a las embarazadas y sus «productos» objeto del negocio. Una comprensible angustia que no debiera inducirnos a resultar comprensivos también con la repulsiva naturaleza de este negocio, del que Ucrania parece haberse convertido desgraciadamente en un país de referencia. 

Un negocio que, mediante el ya acostumbrado uso de un sofisticado tecnicismo -«gestación subrogada»- nos suaviza su auténtico objeto intentando normalizar la aberrante utilización de las mujeres transformándolas en meros depósitos de embarazos. De este tipo de negocio, a montar una empresa de venta de órganos humanos, ya va quedando menos. 

Mediante la «interrupción voluntaria del embarazo» nos acostumbraron a abortar eliminando a los hijos propios cuya llegada no nos apetecía e importunaba. Y mediante la «gestación subrogada» se alquilan úteros ajenos para encargar unos hijos deseadísimos. 

Todo tan fantástico como profundamente inhumano; por mucho que lo queramos justificar envolviéndolo en nobilísimos deseos y sentimientos.