Sr. Director:
Es la conclusión a la que se llega hoy en bastantes ambientes occidentales en los que, durante decenios, se ha buscado el dinero a costa de todo. Las rupturas familiares han sido lo más habitual en muchos países ricos, porque lo que predomina es el egoísmo del individuo solitario, y más desde que el feminismo impulsó a muchas mujeres a desentenderse de su vocación de madre.
El número de niños nacidos fuera del matrimonio en EE. UU. es del más del 50%. Esos niños son los que peores resultados tienen en el colegio y en la universidad. No tienen padre, en la mayoría de las ocasiones. El divorcio, unido a ideología de género y a la obsesión por la identidad, han construido una sociedad de violencia, de egoísmos, de desentendimientos desde muy jóvenes. Por eso ahora, cada vez se ve más claramente que la riqueza es la familia.
De esto se dan cuenta un gran número de observadores, de políticos, de profesores universitarios, pero hay miedo a decirlo, porque hoy decir estas cosas con claridad, para alguien que quiera posicionarse en la sociedad, lleva consigo el peligro de violencia social de todo tipo. Hemos vuelto a los ambientes de nazismo o del comunismo, en los que no se puede decir una opinión opuesta al sistema, porque eres hombre muerto, al menos sociológicamente.
Por eso es importante llevar este mensaje a todos los ámbitos de la sociedad, para que los padres cristianos no tengan miedo a presentarse ante la sociedad como dispuestos a tener familia numerosa, dispuestos a poner, por delante de cualquier otro capricho, el cuidado de los hijos. Esto es contrario al afán de sobresalir que antes era muy propio del hombre y ahora es ya de ellos y de ellas indistintamente. Con esos planteamientos nos damos cuenta de la dificultad para que haya padres y madres. Le dificultad para que un niño tenga una casa normalita donde se encuentra con padres y hermanos a la vuelta del colegio.