La tríada que convocó el encuentro del Papa con los Movimientos Populares no es un eslogan, un grito de guerra o un simple lamento.
La tierra sigue siendo el factor de producción del que viven la inmensa mayoría de los habitantes del planeta; el techo es el hogar del que precisan las familias para tener una vida decente, ordenada y estable; el trabajo es el sustento con el que hombres y mujeres hacen posible el cuidado de su existencia y la de sus familias.
Son millones las familias que en el mundo viven privadas de estos bienes. La pobreza les excluye de la vida social, política y económica y les convierte en sujetos pasivos carentes de los mínimos derechos de ciudadanía.
Lo denunció León XIII durante la primera revolución industrial con la misma radicalidad y dureza que lo ha denunciado la DSI a lo largo de los decenios. Hablar hoy de inclusión social de los pobres para superar las condiciones de miseria en las que viven es un deber para la Iglesia y un desafío para nuestro mundo. En Roma, el Papa con la colaboración del Consejo Justicia y Paz, han hecho posible que el mundo viera que quienes viven en condiciones de pobreza no solo son beneficiarios de recursos, sino que son los protagonistas de su propio desarrollo.
Sugerir, si quiera, que cuando el Papa y la Iglesia acogen los anhelos de los más pobres y levantan la voz en defensa de sus derechos lo hacen prisioneros de la ideología es mala fe, cuando no algo mucho peor.
D. M.