Sr. Director:
El ambiente está enrarecido. No se observa alegría alguna en la sociedad. La gente está preocupada y temerosa.
Si se preguntase: ¿por qué?, no sabrían dar una razón concreta. Muchísimas personas inclusive, carecerían de razones personales para alimentar el deslucido estado de ánimo que les invade. Sin embargo, si algo se palpa en la actividad de cada día, es la ausencia de proyectos tanto personales como sociales. El escenario es semejante a la tensa calma que precede a la tormenta.
Así está España. En calma chicha. Como cuando la Naturaleza toda, nos muestra la cargada y plomiza quietud que precede a la tempestad. A la expectativa de la tormenta que está por venir con la próximas elecciones, y el cataclismo que pueden sufrir los dos partidos, que desde 1982, se han venido repartiendo el poder, frecuentemente, con la exorbitante hipoteca que ha supuesto siempre la ayuda de los partidos nacionalistas.
En el transcurso de los últimos 36 años, los partidos han hecho de España su cortijo.
Demagogia, engaño, ocultación, mentira, chantaje, nepotismo, despilfarro, prevaricación, malversación, financiación ilegal, suplantación de personalidad, soborno de electores y candidatos, violaciones a las regulaciones relativas a transmisiones públicas, saqueo de las arcas públicas y hasta la intimidación física o “influencia indebida” y la traición, han sido práctica obscena de los partidos políticos españoles durante casi cuatro décadas. Vamos, que han hecho de todo, menos gobernar.
Resulta difícil imaginar todos los delitos y la importancia de la cuantía económica de los mismos, cometida por los políticos españoles en el transcurso de los casi 40 últimos años.
Una nefasta Ley electoral, ha propiciado que los partidos políticos se adueñen de España y los españoles e impida que exista una democracia real en el país. No es posible la existencia de la democracia, cuando en los partidos políticos que alardean de defenderla y representarnos, las bases se ven sujetas a una sumisión poco menos que idolatrante a las ocultas maquinaciones que se cocinan en los despachos de la cúpula de los mismos.
Alfonso Guerra lo dejó meridianamente claro: “El que se mueva, no sale en la foto”.
Los electores emitimos nuestro voto a favor de un partido, pero no de las personas que figuran en unas listas que nos han sido impuestas, no sabemos por qué desconocidas razones, aunque podemos imaginar que la principal es la de la obediencia ciega a los mandamases del mismo.
Ésta viciada práctica es la que impide que se produzca el natural relevo generacional de nuestra clase política, los cabecillas se perpetúen en sus puestos de poder y ante sus desmanes, decisiones o inanición, impongan a sus bases la ley del silencio.
En un contexto cuasi-dictatorial, como el que se practica en los partidos políticos españoles, indefectiblemente termina por reinar el contubernio y la putrefacción.
Esta burbuja que han venido hinchando durante tantos años, ha terminado por estallarles en las manos a ellos, y como consecuencia, a nosotros, sus mantenedores, que no ciudadanos.
De ahí, las incomprensibles consecuencias de muchas de las leyes vigentes que promulgan; la ignorancia impune de la Ley, según de quien se trate y en qué circunstancias; el hacer de un grano de arena una montaña para tapar otra mayor: la sorprendente indolencia —displicencia diría yo por guardar las formas— ante muy graves situaciones por las que clama la inmensa mayoría de los españoles; la permanente improvisación y absoluta falta de planificación de un futuro para el país y por tanto de nuestras vidas; la superficialidad y demagogia con las que se proponen atajar los problemas; la grosera indiferencia ante el incumplimiento de las promesas hechas…
La lista de despropósitos y falta de interés —no se me ocurriría pensar en amor y entrega a su país— podría ser interminable.
Como alternativa, los españoles pueden elegir entre aquellos que pretenden liquidar la Constitución de 1978 e implantar un régimen bolivariano como el de Cuba o Venezuela, o poner un Boeing 747 en manos de la azafata de vuelo, con la indefinida presencia en la Moncloa de un partido emergente, carente de cualquier tipo de experiencia de gobierno, y que si tenemos en cuenta su actuación parlamentaria, entrega su apoyo —a derecha o izquierda— en función de la posición de fuerza que pueda obtener mediante el mismo. Un partido bisagra, que bajo el apremio permanente de retirar el apoyo que presta en cada una de las instituciones en las que está representado, busca imponer las tesis de las que puede obtener mayor rentabilidad electoral, según las circunstancias y lugar, sin ganar las elecciones.
Si se analiza el proceder de cada partido, solo encontraremos puro oportunismo, y en algunos, tanto de la derecha como de la izquierda, el deseo obsesivo de eliminar al que consideran su adversario.
España necesita urgentemente un partido con credibilidad, sin complejos, con el arrojo y la legitimación necesaria para ejercer el poder sin ataduras.
España necesita un proyecto integral de futuro. Un timonel al que no le tiemble la mano, sin muertos en el armario que tema que alguien los saque a luz. Alguien que nos ofrezca una luz de esperanza y nos devuelva la confianza en nosotros mismos. Algo por lo que luchar. Un horizonte que alcanzar.
¿Lo tenemos?