Sudán y Sudán del Sur continúan en grave crisis... y necesitan ayuda
Sudán y Sudán del Sur continúan en grave crisis en pleno siglo XXI y necesitan ayuda humanitaria en grandes proporciones. El hambre, la sequía, así como los conflictos internos y los millones de desplazados internos y refugiados que han provocado son sus principales problemas.
No son las únicas coincidencias entre estos dos países africanos atravesados por el río Nilo, pues gran parte de su historia ha sido la misma, hasta que el del sur logró la independencia el 9 de julio de 2011. Es más, sus problemas no se han solucionado desde que caminan en solitario, sino que gran parte de ellos se cronifican cada día más.
Gran parte de su historia ha sido la misma, hasta que el del sur logró la independencia el 9 de julio de 2011, y ambos países están atravesados por el río Nilo
Sudán era el país más grande de África, hasta que Sudán del Sur se independizó. Desde entonces su superficie se redujo a 1,879 millones de kilómetros cuadrados, siendo el tercero más grande del continente, tras Argelia y República Democrática del Congo; y equivale a 3,7 veces la que ocupa España. Limita con Egipto, el mar Rojo, Eritrea, Etiopía, Sudán del Sur, República Centroafricana, Chad y Libia. Su población asciende a unos 48 millones de habitantes y su geografía se compone de desierto (30% de la superficie), una vasta región semiárida (el Sahel), así como ciénagas y selvas tropicales al sur.
Por su parte, Sudán del Sur cuenta con una superficie de unos 664.300 kilómetros cuadrados, algo superior a la de nuestro país (506.000 kilómetros cuadrados), y aún es el estado más joven del mundo. Tiene fronteras con Sudán, Etiopía, Kenia, Uganda, República Democrática del Congo y República Centroafricana. Cuenta con unos 11,5 millones de habitantes, una de las zonas agrícolas más ricas de África y algunas de las poblaciones de fauna silvestre más importantes del continente en varios hábitats (pastizales, mesetas, sabanas, paso, llanuras aluviales y humedales).
Sudán es el tercer país más grande del continente africano, tras Argelia y República Democrática del Congo; y su superficie equivale a 3,7 veces la de España
Sin embargo, ambos países aún tienen un largo camino por recorrer en diversos ámbitos, como la economía, la educación, el desarrollo, la sanidad, etc. En Sudán, casi la mitad de la población vive bajo el umbral de la pobreza y la tasa de alfabetización en mayores de 15 años ronda el 61%; entre sus exportaciones dejó de estar el petróleo cuando se independizó el sur en julio de 2011 e intenta suplir su falta con las de oro, sésamo y ganado; y entre las importaciones se encuentran productos derivados del petróleo, bienes manufacturados, maquinaria y equipos, trigo y harina de trigo, y equipos de transporte. Uno de los grandes problemas de su economía es su elevada deuda externa (más de 60.000 millones de dólares, lo que supone un 160% sobre su PIB, según los últimos datos de 2022). A lo largo de su historia, y también de la más reciente, abundan conflictos étnicos, golpes militares, guerras civiles y hambrunas.
En abril de 2019 se derrocó al régimen de Omar Al Bachir, que durante tres décadas sumió a Sudán en el estancamiento económico y el ostracismo internacional, y se abrió la transición hacia un sistema democrático y parlamentario, pero esta quedó en suspenso tras el golpe de Estado del 25 de octubre de 2021 liderado por el general Abdelfatah Al Burhan, quien meses después nombró un nuevo Gobierno en funciones y surgieron protestas de ciudadanos y de los comités de resistencia que al final provocaron que se relanzara la transición. Sin embargo, la falta de acuerdo sobre la reforma del sector de seguridad y la integración de los paramilitares de Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) en las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) hizo estallar otro conflicto armado el 15 de abril de 2023 y se volvió a parar la transición. Aún hay misiones de Naciones Unidas en el país, pero el inicio de esta última guerra llevó a que varios países (España, EEUU, Francia, Reino Unido y Arabia Saudí, entre otros) evacuaran a su personal diplomático y residentes que así lo desearan.
En Sudán, casi la mitad de la población vive bajo el umbral de la pobreza y la tasa de alfabetización en mayores de 15 años ronda el 61%. Uno de los grandes problemas de su economía es su elevada deuda externa (más de 60.000 millones de dólares, un 160% sobre su PIB)
Recientemente, se ha cumplido el primer año de esta guerra y el Gobierno de EEUU se ha mostrado preocupado por “los indicios de una inminente ofensiva” de las FAR y sus milicias aliadas en El Fasher, capital del estado de Darfur del Norte; también ha hecho un llamamiento a cesar los ataques; y ha condenado los bombardeos aéreos indiscriminados de las SAF y las continuas limitaciones al acceso de ayuda humanitaria. En el comunicado del Departamento de Estado de EEUU también se señalaba que “los líderes del Ejército sudanés y las RSF se enfrentan a una disyuntiva: intensificar la violencia y perpetuar el sufrimiento de su pueblo mientras se arriesgan a la desintegración de su país, o cesar los ataques y prepararse de buena fe para entablar negociaciones que pongan fin a esta guerra y devuelvan el poder al pueblo de Sudán”. Asimismo, el pasado 15 de abril se celebró en París una conferencia internacional sobre Sudán, a la que fueron representantes de 60 países y ONGs, para impedir que se convierta en una crisis olvidada y en cuya declaración final se pidió que se acabara con las hostilidades y se permitiera la entrada de ayuda.
Esa guerra y las de otros países han llevado a un aumento de la inseguridad alimentaria mundial en 2023, hasta 281,6 millones de personas, según el Informe Global sobre Crisis Alimentarias que elaboran 16 agencias de la ONU y organizaciones humanitarias. En el caso de Sudán, 8,6 millones de personas se sumaron a la cifra de afectados por inseguridad alimentaria, hasta 20,3 millones. Un trágico balance que se extiende con: más de 14.700 muertos, 25 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria (incluidos 14 millones de niños), el 65% de la población no tiene atención sanitaria, hay 19 millones de niños sin escolarizar, muchas escuelas convertidas en refugios y 8,5 millones de desplazados (la mayoría internos y casi 2 millones se han refugiado en Sudán del Sur, Chad y Egipto), siendo la mayor crisis de desplazados del mundo actualmente.
El 65% de la población de Sudán no tiene atención sanitaria, hay 19 millones de niños sin escolarizar, muchas escuelas convertidas en refugios y 8,5 millones de desplazados (la mayoría internos y casi 2 millones se han refugiado en otros países)
La falta de financiación, influenciada por otros conflictos como los de Ucrania y Gaza, ha provocado que solo se haya cumplido el 7% del Plan Regional de Respuesta a los Refugiados de Sudán del 2024 y el 6% de los requisitos del Plan de Respuesta Humanitaria, según ACNUR. Además, hay advertencia de hambruna y el país puede verse abocado a la “mayor crisis de hambre”, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Otra consecuencia del último año de guerra en Sudán es que la Iglesia católica “ha quedado reducida a casi nada”, como ha señalado Kinga Schierstaedt, responsable de los proyectos de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés) en el país. Muchos misioneros y comunidades religiosas han tenido que dejar Sudán; parroquias, hospitales y escuelas han dejado de funcionar; el seminario propedéutico de Jartum ha tenido que cerrar y algunos de los seminaristas han huido al vecino Sudán del Sur; muchos cristianos han huido a pie o por el Nilo, instalándose en campos de refugiados donde sobrevivir es una batalla diaria; y el pasado noviembre una bomba impacto en la casa que dirigen las salesianas en Jartum.
Muchos misioneros y comunidades religiosas han tenido que dejar Sudán; parroquias, hospitales y escuelas han dejado de funcionar
A la vista de que gran parte de lo que sucede en Sudán tiene efectos en el vecino del sur y de una larga historia común hasta 2011, conviene mirarlo con un poco más de detalle. En el joven país, la tasa de alfabetización de los mayores de 15 años se sitúa en el 34,5% y el 67,3% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, a pesar de contar con recursos naturales (petróleo -llegó a suponer el 85% de las exportaciones cuando no había dos países-, hierro, cobre, cromo, zinc, mica, plata, tungsteno -también llamado wolframio- y energía hidráulica). La mayor parte de los ingresos de la economía sursudanesa proviene del petróleo, el cual se exporta a través de dos oleoductos que llegan a Port Sudan (Sudán), a orillas del mar Rojo, hasta que pueda asumir el gran gasto para construir otro, y uno de ellos está en plenas obras para reparar unos 80 kilómetros dañados por la última guerra civil de Sudán y se estima que durarán dos meses.
Tras varias décadas de conflicto con Sudán, la industria y la infraestructura sursudanesas están subdesarrolladas, la pobreza es superior a la de su país vecino, pues la mayoría de la población practica una agricultura (algodón, maní, sorgo, mijo, trigo, goma arábiga, caña de azúcar, yuca, sésamo y batatas, entre otros productos), pesca y pastoreo de subsistencia, y hay gran dependencia de importaciones de bienes, servicios y capital. La electricidad se produce principalmente por generadores diésel costosos y el 90% de la población seguía sin acceso a la luz en 2021, según datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad); y el agua corriente y el agua potable son bienes escasos. Además, la pobreza y la hambruna se han visto agravadas por sequías, inundaciones y la pandemia del Covid-19 en los últimos años.
En Sudán del Sur la tasa de alfabetización de los mayores de 15 años se sitúa en el 34,5%, el 67,3% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y el 90% seguía sin acceso a la luz en 2021
Por si esto no bastara, hay que sumar conflictos también en su corta historia independiente: una guerra civil entre sus dos principales etnias (dinka y nuer) que empezó en diciembre de 2013, meses después de que el presidente, Salva Kiir Mayaardit, expulsara al vicepresidente, Riek Machar, y a todos los nuers del Gobierno. La firma del Acuerdo Revitalizado para la Resolución del Conflicto en Sudán del Sur (R-ARCSS) el 12 de septiembre de 2018 devolvió cierta estabilidad, redujo notablemente la violencia política entre los dos líderes enfrentados y sus respectivas etnias, e inició una pre-transición. El 22 de febrero de 2020, Kiir y Machar lograron un pacto para formar un gobierno de unidad nacional y empezó una transición, que tras varias prórrogas, se prevé que acabe el próximo febrero e incluye la celebración de elecciones en diciembre de este año.
Ahora el país también afronta el temor de que la actual guerra en Sudán les afecte, no sólo por la huida de desplazados civiles, sino también de contendientes. Al hilo de las futuras elecciones, a principios de marzo, Jean-Pierre Lacroix, jefe de las operaciones de paz de Naciones Unidas, ha advertido que “si no son gestionadas de forma cuidadosa, existe un potencial de violencia con consecuencias desastrosas” para el país y la región, pues afrontan “una infinidad de factores”. Unas palabras que llegan después de que el principal grupo opositor y antes grupo rebelde, Movimiento para la Liberación del Pueblo de Sudán en la Oposición (SPLM-IO), señalara que boicoteará dichas elecciones porque no se están cumpliendo las cláusulas del R-ARCSS. Además, la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Sudán del Sur (UNMISS) ha condenado el asesinato de un miembro de su personal en Abiemnho, en la frontera con el estado de Abyei, el cual aún se disputan Sudán y Sudán del Sur.
El 22 de febrero de 2020, Kiir y Machar lograron un pacto para formar un gobierno de unidad nacional y empezó una transición, que tras varias prórrogas, se prevé que acabe el próximo febrero e incluye la celebración de elecciones en diciembre de este año
La semana pasada, el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, ha reiterado su apoyo a Sudán del Sur y ha llamado a un mayor respaldo de la comunidad internacional, tras visitar el país y reunirse con Kiir, Machar, otros líderes políticos y representantes de la Unión Africana. En su carta semanal, Ramaphosa recordó que Sudáfrica ha brindado desarrollo, mediación y otras formas de asistencia (incluida la humanitaria) al país desde 2005; y que han sido “consistentes en nuestro apoyo al actual Gobierno de Transición Revitalizado de Unidad Nacional y al pueblo de Sudán del Sur mientras atraviesan el período de transición”. Un apoyo tanto a nivel bilateral como desde la presidencia del Comité Ad hoc de Alto Nivel de la Unión Africana sobre Sudán del Sur -conocido como C5-, que está integrado por Sudán del Sur, Argelia, Chad, Nigeria y Ruanda.
El país más joven del mundo no solo afronta pobreza, hambruna y transición, sino también la llegada de refugiados desde Sudán y entre ellos, muchos son retornados. El pasado noviembre, Acnur ya avisaba de que las condiciones en la frontera empeoraban a medida que la cifra de personas que huían de la guerra crecía, pues desde que estalló la guerra en abril, en el centro de tránsito de Renk, cerca de la frontera de Joda, se aloja de forma temporal a refugiados, pero los servicios son limitados y se les va trasladando regularmente a espacios más seguros lejos de la frontera, por ejemplo, a través del río Nilo Blanco a Malakal. El problema de los nuevos refugiados y retornados se suman al de los 2 millones de desplazados internos que tiene Sudán del Sur y a los 2,3 millones acogidos en otros países (Etiopía, Kenia, Sudán y Uganda, principalmente).
El 74% de la población (es decir, unos 9,4 millones de personas) depende de la ayuda humanitaria. En Sudán del Sur trabajan más de 50 organizaciones humanitarias, pero no tienen fondos para cubrir las necesidades de tantas personas
También se debe tener en cuenta que el 74% de la población (es decir, unos 9,4 millones de personas) depende de la ayuda humanitaria. En el país trabajan más de 50 organizaciones humanitarias, pero no tienen fondos para cubrir las necesidades de tantas personas. Entre estas organizaciones, Cáritas está presente desde hace años y alertó sobre la infrafinanciación que sufren muchas crisis humanitarias olvidadas (incluida la sursudanesa) y los niveles récord de hambre en el mundo, especialmente en países como Afganistán, Etiopía, Haití, Somalia, Sudán del Sur o Yemen. Por ejemplo, a través de sus proyectos de Emergencia y Acción Humanitaria, Cáritas Española dio asistencia humanitaria y protección a personas desplazadas internas y refugiadas por los conflictos y la inseguridad alimentaria en el Sahel (Malí y Burkina Faso) y en Sudán del Sur.
Otra de esas organizaciones presentes en Sudán del Sur es Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Hace dos semanas, al hilo de la presentación del Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2023, el obispo de León, Luis Ángel de las Heras, subrayó que “si nosotros no recordamos a los cristianos perseguidos, parece que vivimos ajenos a una realidad sufriente de la Iglesia. Si no recordamos los lugares donde hace falta que prestemos nuestra ayuda y nuestra solidaridad, como Ucrania, Tierra Santa, Sudán del Sur o tantos lugares donde los cristianos están siendo perseguidos o hay guerra, violencia o destrucción, se nos olvida”.
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