Sr. Director:
Se han cumplido 22 años de la liberación de Ortega Lara y el inmediato posterior asesinato del joven concejal del PP en Ermua, Miguel Ángel Blanco. Aquel crudelísimo crimen nos sacudió el alma a la inmensa mayoría de españoles, que nos echamos a la calle contra el terrorismo etarra unidos bajo lo que se llamó «el espíritu de Ermua». Con el paso del tiempo fueron quedando atrás discursos y consignas que nos repitieron durante años invocando aquel espíritu, donde nos tranquilizaban vendiéndonos supuestas victorias definitivas sobre ETA y sus asesinos. Pero lo cierto es que a más de dos décadas de aquello, los malos han ido ganando posiciones para nuestra vergüenza y humillación, con la complacencia de no pocos. Porque los herederos de los asesinos regresaron al gobierno de Ayuntamientos e instituciones, se sientan en el Congreso de Diputados negándose a condenar los cobardes asesinatos que cometieron los suyos, se presentan como interlocutores de posibles Gobiernos de España y hasta presiden comisiones de derechos humanos. Mientras que víctimas como Ortega Lara son despreciadas. ¿Cabe mayor burla? En doloroso e irónico retruécano nos trasformaron el grito de Ermua en un Muera. Murió el espíritu de Ermua, y la sombra de indignidad que genera con su caída nos va cubriendo a todos.