¡Qué barbaridad, la que se montó en el Congreso de los Diputados por “un quítame allá esa placa”! Corría el año 2008 y José Bono presidía a Sus Señorías. Entonces el diputado Jorge Fernández Díaz tuvo la buena idea de que el Congreso podría colocar una placa a la Madre Maravillas. Razonaba su propuesta en que la casa correspondiente a la ampliación del Parlamento español había sido en su tiempo el edifico donde nació y vivió Maravillas Pidal y Chico de Guzmán, que era como así se llamaba esta gran mujer, antes de profesar como carmelita descalza. Y como en Madrid hay muchos edificios con placas que recuerdan que allí nació, vivió o murió determinada celebridad, pues José Bono decidió respaldar la propuesta de Jorge Fernández Díaz.

La iniciativa tenía toda la lógica del mundo, tanto que la Mesa del Congreso la aprobó el 4 de noviembre de 2008. Pero como en el Congreso de los Diputados la lógica se ausenta, lo mismo que ocurre en la casa de Jaimito que vive en un quinto piso y baja por las escaleras a todo correr tocando los timbres de todas las casas y, sin embargo,  los vecinos no le llaman “ el timbrero”…,  pues cuando transcendió que se iba a hacer un reconocimiento a una monja, se armó la marimorena. Salió entonces a flote el sectarismo antirreligioso del partido socialista, y dieron marcha atrás hasta los pocos creyentes que había entonces en el PSOE. Al final, tiraron a la papelera el acuerdo de la Mesa del Congreso de la famosa placa.

Y viene todo esto a cuento, porque uno de los lectores del artículo del domingo pasado, en el que citaba a la Madre Maravillas, me ha comentado que no son pocos los que solo tienen un conocimiento de la Madre Maravillas reducido a lo de la placa. Y este lector, preocupado por semejante desconocimiento, me animaba a que diera unas pincelas de la vida de esta gran santa española, de la que con motivo de la dichosa placa del Congreso se habló entonces en toda la prensa española y buena parte de la extranjera.

La Madre Maravillas nació el 4 de noviembre de 1891, en el número 28 de la madrileña Carrera de San Gerónimo, que hoy es el número 40. Fue hija del segundo marqués de Pidal, Luis Pidal y Mon (1842-1913), escritor, abogado, académico de cinco Reales Academias, diplomático, ministro y presidente del Congreso, cargo este último de su padre que vinculaba todavía más a la familia de la Madre Maravillas con el Congreso. Y digo familia en sentido amplio, porque el conocido político Alejandro Pidal y Mon (1846-1913), que fue su tío, entre sus muchos e importantes cargos, fue presidente del Congreso hasta en tres ocasiones los años 1892, 1896 y 1900. Así es que motivos para poner la placa no faltaban.

España, la nación más de Cristo, a pesar de todo

Maravillas ingresó en el Monasterio del Corazón de Jesús y San José de Carmelitas Descalzas, en San Lorenzo de El Escorial, el 12 de octubre de 1919. Así, retirada y oculta, era como quería permanecer toda su vida, pues como ella escribía a su cuñada poco después de ingresar, “la celda, donde está uno solo con Dios, parece el Cielo”.

Poco después de ingresar en el monasterio de El Escorial, la entonces hermana Maravillas comenzó a sentir las primeras inspiraciones para fundar un Carmelo en el Cerro de los Ángeles. Y se lo hizo ver el Cielo con tanta claridad que, por no dar detalles de hechos extraordinarios de su vida, la Madre Maravillas, cuando sus hijas le preguntaban cómo fue, se limitaba a decir que el Señor “me lo pedía a gritos”.

Pero hoy ya conocemos con más detalle la prehistoria de la fundación del Cerro de los Ángeles. Está contado en el libro al que me referí el domingo pasado, titulado Un deseo del Corazón de Jesús. Santa Maravillas y el Cerro de los Ángeles, que a buen seguro mis lectores lo podrán conseguir en los monasterios de las Carmelitas Descalzas del Cerro de los Ángeles y el de la Aldehuela, dos de las fundaciones y restauraciones de un total de trece que hizo la Madre Maravillas.

Pero entre que piden el libro y les llega, para que sirva de aperitivo voy a reproducir unas líneas del ejemplar. El párrafo fue escrito por una de las monjas, que acompañó a la Madre Maravillas en la fundación del Cerro de los Ángeles. La Madre María Josefa del Corazón de Jesús cuenta el éxtasis en el que la Madre Maravillas recibió la inspiración divina para la nueva fundación: “El Cerro se representó. Aquí quiero que tú y esas otras almas escogidas de Mi Corazón me hagáis una casa en que tenga mis delicias. Mi Corazón necesita ser consolado, y este Carmelo quiero que sea el bálsamo que cure las heridas que me abren los pecadores. España se salvará por la oración”.

Ante el inminente martirio, no era su seguridad personal lo que le preocupaba a la Madre Maravillas

El 19 de mayo de 1924, la Madre Maravillas salió con otras tres carmelitas de El Escorial hacía el Cerro de los Ángeles. El trayecto lo hicieron bajo la lluvia que descargó una potente tormenta, que amainó cuando las religiosas divisaron la imagen del Corazón de Jesús. En ese momento apareció en el cielo el arco iris, “signo de la paz que Jesús nos manifestaba —escribe una de ellas— en medio de las tribulaciones que acabamos de pasar, y de las que nos esperaban en adelante”.

Mientras se construyó el nuevo Carmelo, habilitaron una casita de Getafe como convento y el 31de octubre de 1926, primer año que se celebraba la fiesta de Cristo Rey, se inauguraba el monasterio, aunque todavía no estaba terminado del todo. En esos dos años la comunidad había crecido hasta ser once, pues antes de entrar en la clausura del nuevo edifico las cuatro fundadoras procedentes de El Escorial, otras cuatro novicias y tres postulantas se postraron con sus capas blancas ante el monumento del Sagrado Corazón de Jesús. Y muy poco después se llegó al número veintiuno de religiosas, establecido por Santa Teresa para cada monasterio.

En el mes de diciembre de 1930, la Madre Maravillas escribía una carta a su director espiritual, el padre Alfonso Torres, en la que se podía leer: “Siempre he considerado una gracia del Señor ser española, por ser la nación más suya, a pesar de todo”. Y muy pocos meses después de escribir estas líneas, tras proclamarse la Segunda República, la comunidad del Cerro de los Ángeles, al igual que los católicos de España, comenzaron a padecer en sus vidas el “a pesar de todo”, en forma de la persecución religiosa más cruenta de los últimos dos mil años, desatada por el odio a la fe de socialistas y comunistas.

Se preparaban para defender al Corazón de Jesús, pero sin armas, como mártires

Las hijas de Santa Teresa, procedan de alta o de baja cuna, son lo menos parecido a unas damiselas de pitiminí. Poseen la dureza y la belleza del diamante, cuyo atractivo puede atravesar las mil puertas y otras mil rejas con las que se escondiesen en sus clausuras. Y por esta razón ante el inminente martirio, no era su seguridad personal lo que le preocupaba a la Madre Maravillas. Lo que a ella le oprimía su alma era —como manifestó por escrito— “el sufrimiento por las ofensas a Dios, por ver a España lejos de Él, era cada vez más grande; a veces tengo que olvidar un poco lo que pasa, pues no puedo con ello… Lo único que me consuela es, aunque no valga nada, ofrecer al Señor, desde el fondo del alma, mi vida y pensar en la posibilidad de que pudiera aceptarla de veras”.

Por eso desde entonces la comunidad del Cerro de los Ángeles vivió en un ambiente martirial, sin miedo a la muerte. Y, ante lo que se les venía encima, pidieron permiso al Papa para romper la clausura y poder salir a defender la imagen del Corazón de Jesús. El Santo Padre dio su consentimiento a esta petición. Y a partir de ese momento hasta se preparaban para defender al Corazón de Jesús, pero sin armas, como mártires.

Intensificaron la oración y la mortificación para fortalecer sus almas. A veces, en la recreación, se ponían las capas blancas y en pie, unas junto a otras, con los brazos extendidos se sujetaban los extremos de las capas, porque querían comprobar si colocadas de esta manera, podrían rodear el monumento del Corazón de Jesús, en caso de que tuvieran que salir a defenderlo.

(Continuará)

 

P.D.

De verdad, siento tener que dejarlo aquí, porque a mí me gustaría contar el final y, seguro, que a ustedes conocerlo. Pero he agotado el espacio concedido y habrá que esperar al domingo siguiente. Perdón y hasta dentro de siete días, si Dios quiere.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá