La vida límite de un gato especialmente longevo está estimada en 18 años. Tommasino, un felino italiano de raza europea no tiene siete vidas, pero sí una cuenta corriente que podría dar de sí para alimentar a miles de niños africanos durante toda su vida. El gato, un minino que no es nada del otro jueves, ha recibido en herencia de su dueña, una viuda llamada María Assunta diez millones de euros en herencia.
La estrambótica señora, fallecida hace dos semanas, vino al mundo en 1917 en Maschito, al sur de Italia, viuda y sin hijos, murió sin parientes, y como en Italia no hay reyes a los que dejarles la fortuna como hizo aquel mallorquín, Juan Ignacio Balada Llabrés, que puso en un aprieto a los príncipes de Asturias, se lo dejó al gato que se encontró entre los cubos de basura y convirtió en su mejor amigo.
Los abogados contratatos al efecto por la señora María Assunta encontraron una fórmula legal, decidieron buscar a la persona física o jurídica, o asociación de animales que considerasen la más adecuada para ocuparse del gato Tommasino y otros abandonados a su suerte en las calles de Italia.
Tras una búsqueda exhaustiva encontraron a una enfermera que se hizo cargo de la legataria y del gato hasta su muerte. Ahora dispone del minino y de los millones de la señora. Cierto es que uno es muy libre de dejar su dinero a quien le plazca, pero hay últimas voluntades tan profundamente inmorales como el hurto, especialmente cuando millones de personas pasan hambre.
No hace falta irse a Roma. Muchas ancianas de la edad de la excéntrica finada, tan solas como ella, andan hurgando en los cubos de basura por las noches en los barrios de muchas ciudades como Madrid, igual que hacía Tommasino antes de cruzarse con la señora Assunta.
Sara Olivo
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