El mundo hispano aún hoy, es el lugar del planeta donde más se defiende la vida más inocente e indefensa: la del concebido y todavía no nacido.
El colombiano Álvaro Uribe legalizó el aborto y ahora pretende perpetuarse en el poder. A cambio, se ganó el aplauso de Occidente y ahora instala en Medellín una clínica dedicada a los derechos reproductivos, es decir, a abortar, pildorear y esterilizar. Y es que hay derechos que mejor no poseerlos.
Es curioso: el NOM siempre se ensañan con los países pobres, en los que necesitan su ayuda. Al parecer, los hijos de los ricos sí pueden nacer como quieran y cuando quieran. De hecho, lo único que impide a los ricos tener hijos no es ninguna presión social o económica, sino ellos mismos que se han vuelto comodones y están hastiados de la vida. Y esto es bello e instructivo, porque los tales ricos, aburridos de la existencia, se niegan a procrear pero no se suicidan, un misterio de la naturaleza que aguarda investigación.
Si quieres la paz defiende la vida, aseguran los obispos colombianos. Muy cierto. Si permitimos la muerte del inocente, ¿con qué fuerza moral vamos a perseguir al culpable? Todo el edificio de la administración de Justicia se desmorona. En cualquier caso, en esta era abortera, la Iglesia ha mantenido la antorcha de la vida cuando el consenso social -peligroso fenómeno de la sociedad de la información- apuntaba en dirección opuesta.
Eulogio López
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