A medida que se conocen más datos sobre el secuestro de Roque Pascual y Albert Villalta, los datos que se filtran entre los parabienes por la liberación resultan más preocupantes. La claudicación ante los fanáticos islámicos descubre los siguientes elementos:
1. Hemos creado una industria del secuestro. De los aproximadamente 7,5 millones de euros pagados por España para la liberación, la mitad se ha ido a intermediarios. En cualquier caso, un buen negocio con vistas a la expansión y la diversificación.
2. Hemos corrompido aún más a al menos tres países. Mauritania, Malí y Burkina Faso. Los tres han recibido la gratitud del presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero por haber colaborado, es decir, negociado con terroristas.
3. Los fundamentalistas han conseguido que el jefe del primer grupo, el que secuestró a los españoles, sea liberado. Seguramente dedicará el resto de sus días a cuidar ancianos en el África subsahariana.
4. La inteligencia española no se dedica a espiar al enemigo y a proteger a los españoles sino a mercadear: nueve meses ha tardado en llegar a un acuerdo que, tras el conveniente regateo, ha resultado muy aleccionador.
5. Nuestra tele pública, o sea, la de ZP; se ha dedicado a recordar que los franceses pusieron en peligro la vida de los dos españoles cuando intentaron liberar a su rehén y mataron a seis terroristas. Menos mal que se impusieron los moderados del grupo, es decir los más amantes del dinero, y los españoles pudieron salvarse.
6. La misma oposición política, el PP, ha incurrido en este síndrome de Estocolmo y augura que, si llega al poder, actuaría igual que el Gobierno: ante todo, negociación. Con Melilla, el PP, al menos, ha mantenido una cierta dignidad.
7. Quizás lo peor de todo: el secuestro, afortunadamente resuelto con la recuperación de los secuestrados, no tendrá consecuencias. En el pacto con los miserables que retuvieron a Villalta y Pascual, queda sobreentendido que España no hará nada (como hizo con los piratas somalíes) para que tales hechos no vuelvan a producirse. Si al menos, los secuestradores supieran que, a partir de ahora, secuestrar a un español comporta ser golpeados por el Gobierno de los secuestrados, se lo pensarían dos veces.
Bien está lo que bien acaba, he leído hoy a un famoso articulista. El problema es ese: que esto no ha hecho más que empezar.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com