El Foro de la Familia ha convocado una manifa en Madrid, el próximo día 18 de junio, para protestar contra el matrimonio gay. Una manifestación es como unas elecciones: si triunfa, si la asistencia es multitudinaria, entonces ni el Gobierno puede ignorarla y, lo que es mucho más importante, la tele no podrá silenciarla. La exitosa manifestación contra la política educativa sectaria del entonces ministro Maravall, en 1983, tras la llegada al poder del Partido Socialista, convenció a Felipe González, que entonces ya no era rojo sino progre, de que no se juega con las cosas de comer. No instauró al cheque escolar, que es lo que tenía que haber hecho, pero al menos instauró el régimen de conciertos educativos con la enseñanza religiosa que, mal que bien y aunque personalmente no me guste, ha venido funcionando desde entonces. Pues ahora lo mismo con algo mucho más grave: el matrimonio gay.
Pero volvamos a la hoz y el martillo tallado en el cabello de los rojos de Peppone (aquellos sí que eran rojos y no los encarnados pálidos que tenemos ahora), volvamos al exhibicionismo necesario. Lo que quiero contarles es que los obispos españoles no pueden faltar en esa manifestación. Por causa alguna. Es el momento de tatuarse hoces y martillos -¿por qué no cruces?- en el cuero cabelludo, es hora de sotanas y solideos para que ningún católico español y me temo que la situación es o será extrapolable a todo el mundo hispano, más bien en breve- tenga dudas de qué es cristiano y qué cosas no lo son. Son los laicos los que deben acudir a las manifestaciones en situaciones de normalidad: pero estamos en la excepcionalidad más pura. Ahora también los obispos deben dar testimonio en el foro público.
Días atrás contábamos que obispos norteamericanos, canadienses, filipinos, etc., se habían lanzado a la calle, todos en la misma dirección: exigir coherencia a todos, pero especialmente a los hombres públicos. Dos obispos norteamericanos ya han promulgado que se niegue la comunión a aquellos políticos que defiendan el aborto o cualquier otro atentado contra la vida. Un obispo canadiense acompaña a los movimientos pro-vida cuando se manifiestan delante de los diputados abortistas, otro obispo de la misma nacionalidad está en los tribunales por oponerse al matrimonio gay... ¿por qué no en España?
El Vaticano ha ido más allá: ha exigido a los católicos que pierdan el empleo antes que participar en una boda homosexual. Y es que ha llegado la hora de la verdad, la hora de la persecución y de la coherencia. Pero ayudaría mucho que los prelados manifestaran su postura inequívoca, porque ellos son los depositarios de la Fe: cuando hablan de doctrina, todos los católicos debemos callar y acatar. Pues bien, ahora hay que hablar con símbolos: por ejemplo, acudiendo la manifestación del próximo día 18, exhibiéndose, convirtiendo las cartas pastorales en manifestaciones.
Recuerden (y el panorama es similar en todo el mudo hispanohablante): hay más de un 20% de católicos practicantes en España, entendiendo por ello a los que pierden una hora cada domingo para asistir a la Eucaristía. La movilización de 9 millones de personas es algo que asustaría al actual Gobierno español. Por contra, si se pierde esa oportunidad... bueno entonces los cristianos serán lapidados en la calle: mejor que se escondan en su casa, a modo de catacumbas.
A fin de cuentas, Juan Pablo II fue el primero en darse cuenta de que la gran batalla del siglo XXI iba a ser la batalla por la coherencia. Benedicto XVI es el encargado de implementar (quedaría un gestor) el business plan de su antecesor. Y para ello, naturalmente, hay que empezar por los curas: son los primeros que deben dar lecciones de coherencia, si es necesario, coherencia martirial. Y antes que ellos, los sucesores de los apóstoles.
El diario El Mundo -¡lagarto, lagarto!- afirma que los obispos consideran que el Rey no debe sancionar la ley del matrimonio gay. Muy cierto, la objeción de conciencia que Zapatero se quiere cargar, afecta también al Rey, más que nada porque los Reyes también tienen conciencia.
Eulogio López