Mi experiencia acerca del Estado de Derecho consiste en que poco importa la justicia de la ley si ésta se aplica como corresponde. Naturalmente no importa que una ley sea una animalada -por ejemplo, la leyes de aborto-si se aplica "conforme a la ley", como "corresponde a un Estado de Derecho".

No sólo eso, el concepto de Estado de Derecho ha pasado del ámbito público al privado, del Estado a la empresa. Si no, prueben ustedes a reclamar un robo o un fraude a una empresa: le pondrán delante un prospecto –es decir, una norma, un Estado de Derecho privado- por el que su reclamación no tendrá efecto alguno, aunque todo se hará, naturalmente, con cargo al derecho establecido, es decir, a la norma impuesta por la propia compañía.

Desde que se impuso el relativismo, en la pugna entre justo y legal, la batalla intelectual más importante de la historia de la humanidad, ha vencido lo legal y la solución que les queda a los justos consiste en burlar la ley en apoyo de la justicia.

Naturalmente, como en el relativismo nadie puede sobrevivir, se necesita que alguien interprete el verdadero significado de las leyes, y ese alguien son los tribunales. A partir de ahí, ni les cuento la cantidad de sentencias majaderas que se registran, porque –no se lo van a creer- no todos los jueces y tribunales se rigen por el sentido común, la recta conciencia y el conocimiento de los hechos que juzgan.

Bonito introito el que me he marcado, pero de lo que hablo es de las dos sentencias del Tribunal Supremo que el diario El País ha aireado con mucho gusto.

Resulta que el muy alto tribunal asegura que los colegios de educación diferenciada, en definitiva, los colegios de niños –o de niñas- practican la segregación. Como fiel garante de las libertades constitucionales, el Supremo no prohíbe la educación diferenciada: ¡Eso nunca!

Ahora bien, asegura que, naturalmente, si los colegios de niños discriminan a las niñas y los de niñas a los niños, naturalmente no podrán acceder al concierto, es decir, se les retirará el dinero con lo que tendrán que cobrar una millonada a los padres o desaparecer.

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¿Fundamento jurídico? Que la educación diferenciada es sexista. Y, naturalmente, eso es definitivo. No podemos admitir el sexismo.

Pienso, como Chesterton, que se pueden juntar adolescentes con adolescentes pero eso sólo servirá para mezclar las dos especies más distintas que pueblan el planeta: hombres y mujeres. Podéis mezclarlos, clamaba Chesterton pero nunca conseguiréis otra cosa que un odio mutuo.

Y así será durante infancia y adolescencia, hasta que hayan formado su personalidad, que suele ser –o debería ser- cuando a los 18 años entran en la educación superior.

Un niño de doce años nada tiene que ver con una niña de doce años. En comparación, la niña suele tener 15 y el niño 10. Luego la edad mental se va equiparando, y entonces buscan el complemento que representa el otro sexo y, sobre todo, aprender a respetarlo. Y si no lo aprenden entonces, no lo aprenderán nunca.

Por eso, la tradición, y todo lo que no es tradición es plagio, así como la gran educadora de Occidente, que no ha sido el Estado, sino la Iglesia, optó por educar a las niñas y a los niños por separado y, sin falta de leyes, por la fuerza de la costumbre decidió unirlos en la enseñanza superior (y eso que en la generación actual de estudiantes  la adolescencia parece alargarse hasta los 30).

Pero volviendo al sexismo del Tribunal Supremo y del diario El País: miren ustedes, si la educación diferenciada  es sexista me temo que también lo son los Juegos Olímpicos. Nada de competición femenina y masculina: los dos sexos compitiendo en la mismas pruebas. Eso sí, sería luchar contra el sexismo. Pero sospecho que a las mujeres no les gustaría mucho.

El Tribunal Supremo no sólo ha dictado una majadería, ha dictaminado algo mucho peor: una injusticia. Porque naturalmente,  no se atreve a imponer la educación única, pero sí condena a los padres de la educación diferenciada -es decir, católica- a pagar dos veces: por la educación pública en general -a través de sus impuestos- y por la educación privada de sus hijos.

Por lo demás no se apuren: hombres y mujeres son tan distintos como complementarios. Por eso el 90% de los aficionados al fútbol son varones y el 90% de las aficionadas a la moda son mujeres. Y en esa diferencia se basa la institución del matrimonio y la familia, el mejor invento de la raza humana, quizás porque no es un invento, sino un descubrimiento de su propia naturaleza.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com