El arzobispado de Toledo ya no es lo que era; me refiero a su extensión territorial, no se me vayan a ofender el obispo titular y su obispo auxiliar ahora en ejercicio. ¡Cómo voy a tener la osadía de comparar a monseñor Cerro y a monseñor García Magán, no digo ya con Cisneros (1495-1517), que eso sería irme muy lejos en el tiempo, sino con titulares del arzobispado de Toledo más recientes como Cirilo Alameda y Brea (1857-1872), Juan Ignacio Moreno y Maisonave (1875-1884), el beato Ciriaco María Sancha y Hervás (1898-1909) o Marcelo González Martín (1972-1995)!

No, no vayamos por ahí, que donde no hay mata, no hay patata. Da cosa ver los obispos españoles que hay, como muestra un botón: conocedores del mundo clerical me informaron de que monseñor Argüello es la lumbrera más brillante de todos los obispos y que por eso le han elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española. Pues bien, hace unos días, con motivo del cincuenta aniversario de la muerte de Franco, me invitaron en un canal a comentar un discurso de monseñor Argüello que había pronunciado sobre la transición. Sin entrar a juzgarle como obispo, lo que no me corresponde, me quedé asombrado de sus deficiencias intelectuales, empezando porque no sabía ni el número exacto de los obispos que habían sufrido martirio durante la Guerra Civil. Así que por consideración a su condición episcopal no quise decir lo que pensaba de él, y me limité a calificarle metafóricamente; en consecuencia, como profesor le suspendí en Historia en junio y en septiembre, y por lo tanto, debe repetir curso a ver si estudiando se aprende el programa. Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz, sigamos con lo de la extensión de la sede primada de España.

Los obispos y la transición española, con Javier Paredes

Gran parte del centro de España estaba sometida a la jurisdicción eclesiástica de la silla toledana. Baste recordar que Madrid perteneció a esa archidiócesis, pues hasta el 2 de agosto de 1885 no tomó posesión el primer obispo de la capital de España, Narciso Martínez Izquierdo (1830-1886) que, por cierto, murió ocho meses y medio después de crearse la diócesis de Madrid-Alcalá. Falleció a consecuencia de un atentado con pistola, sufrido en la entrada de la entonces catedral madrileña, que era la actual Real Colegiata de San Isidro; este templo cumplió esa función hasta el 15 de junio de 1993, fecha en que fue consagrada la catedral de la Almudena por San Juan Pablo II (1978-2005).

Viene a cuento la referencia a las modificaciones territoriales de la archidiócesis de Toledo, porque hoy quiero comentar la aparición del cuarto tomo escrito por Jorge López Teulón, titulado La persecución religiosa en la archidiócesis de Toledo, que está dedicado a los mártires que murieron en esos años y pertenecían a los arciprestazgos que la sede primada tenía más allá de los límites provinciales de Toledo.

La archidiócesis de Toledo, en vísperas de la Guerra Civil, tenía una serie de arciprestazgos en otras seis provincias españolas, que en conjunto tenían sesenta parroquias

A pesar de las pérdidas territoriales del siglo XIX, la archidiócesis de Toledo, en vísperas de la Guerra Civil española, tenía una serie de arciprestazgos en otras seis provincias españolas, además naturalmente de la de Toledo, a saber: Albacete (Alcaraz y Elche de la Sierra), Jaén (Cazorla), Granada (Huéscar), Guadalajara (Tamajón, Brihuega, Guadalajara y Pastrana), Badajoz (Puebla de Alcocer) y Cáceres (Guadalupe). Para darnos una idea del total de almas que residían en dichos arciprestazgos, diré que en conjunto tenían sesenta parroquias. Pues bien, los mártires que los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, asesinaron en dichos arciprestazgos, durante la Guerra Civil española, es el objeto de estudio de este último libro de Jorge López Teulón.

Mapa

Los arciprestazgos de la archidiócesis de Toledo

Si la publicación de los tres tomos anteriores sobre la persecución religiosa en la archidiócesis de Toledo ya había puesto de manifiesto la categoría intelectual y religiosa de su autor, con este cuarto volumen López Teulón se consagra como una de los más serios y rigurosos historiadores de este período.

El libro, magníficamente editado, tiene 529 páginas en color y yo diría que contiene unas quinientas fotografías, poco más o menos, pues rara es la página que no tiene una y en algunas de las hojas del libro hay dos y hasta tres fotografías. Ahora bien, las ilustraciones no son adornos superfluos, sino que son parte, y parte muy importante de la narración histórica que escribe López Teulón. Son casi todas fotografías de época, retratos de los mártires y de los lugares religiosos profanados.

Hay que valorar y mucho la búsqueda de todas estas fotografías que, sin duda, le han tenido que llevar a Jorge López Teulón mucha dedicación y tiempo. Y en esto, el autor de este libro es un maestro, como ya demostrara en los tres tomos anteriores sobre la persecución religiosa en Toledo y en su libro Inspirados por Satanás, con cientos de fotografías también, que hacen caer en la cuenta de la importancia que tuvo el martirio de las cosas sagradas.

Las iglesias, ermitas y lugares de culto, situados en territorio controlado por el Frente Popular y que por su condición de inmuebles no pudieron ni huir ni esconderse, de todas esas “cosas sagradas”, no quedó ni una sin profanar

Los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, no exterminaron a todo el clero, como era su deseo, ya que muchos sacerdotes y religiosos a los que les cogió la Guerra Civil en zona roja se escondieron o les protegieron en sus casas sus feligreses, pero las iglesias, ermitas y lugares de culto, situados en territorio controlado por el Frente Popular y que por su condición de inmuebles no pudieron ni huir, ni esconderse..., de todas esas “cosas sagradas”, no quedó ni una sin profanar, pues el objetivo de sus dirigentes era arrancar de raíz la fe de España.

Que durante la Guerra Civil, el bando rojo quiso exterminar la Iglesia católica por completo no es ningún invento mío, sencillamente me limito a transcribir un hecho del que ellos mismos se sentían orgullosos. Veamos un par ejemplos de dos dirigentes de distintos partidos del Frente Popular. El secretario general del Partido Comunista Español, José Díaz (1896-1942), en un mitin celebrado en Valencia el 15 de marzo de 1937, dijo lo siguiente: “En las provincias en las que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado con mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia en España está hoy día aniquilada”.

Pero nadie mejor que Luis Companys (1882-1940), líder de Esquerra Republicana de Cataluña, para confirmar lo que afirmo. En un libro publicado en Toulouse por Luis Carreras en 1938, se recogen las palabras de Luis Companys de una entrevista realizada en agosto de1936, cuando apenas había transcurrido un mes desde que estallara la guerra civil. Esto es lo que cuenta Luis Carreras en su libro Grandeza cristiana de España. Notas sobre la persecución religiosa: “Abordado en la entrevista el problema religioso, no sin cierto temor por lo delicado, al preguntarle a Companys por la posibilidad de la reapertura del culto católico, contestó vivamente:

-¡Oh, este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas!”.

En cuanto al martirio del clero y concretamente en Toledo, los socialistas, los comunistas y los anarquistas asesinaron al 47,6% del clero, y esta no fue la diócesis con mayor porcentaje de mártires, durante la persecución religiosa de la Guerra Civil. Por ofrecer algunos datos diré que en la diócesis de Tortosa fue asesinado el 61,9% del clero; en la de Lérida, el 65,8% y en la de Barbastro, que es la diócesis con el porcentaje más alto, martirizaron al 87,8% del clero.

Y si la persecución religiosa de estos años en España es la mayor por el número de mártires, en los dos mil años de historia de Iglesia, superando incluso la que padecieron los primeros cristianos desde el siglo I al IV, hay que tener en cuenta también que la saña con que los socialistas, los comunistas y los anarquistas los asesinaron fue todavía más inhumana que la manifestada por los emperadores romanos. Veamos solo un par de martirios de los muchos que cuenta Jorge López Teulón en este libro.

Beato Bartolomé

El beato Bartolomé Rodríguez Soria

El beato Bartolomé Rodríguez Soria, junto con otras personas, fue encarcelado y torturado en la parroquia de Munera (Albacete). Los que sobrevivieron han contado que los milicianos obligaron a este sacerdote a destruir las imágenes del templo, a lo que se negó. En represalia le subieron al púlpito y le arrojaron desde lo alto, cayendo contra el respaldo de los bancos. Como eso les pareció poco, sus verdugos, sobre el suelo de la iglesia, le dieron hasta seis palizas con látigos de cobre, que duraban en torno al cuarto de hora. Los golpes cesaban cuando perdía el conocimiento. Y en la última que le dieron, porque tras esa paliza murió, poco antes de perecer, dirigiéndose a sus verdugos les dijo: “¡Os perdono!”.

En la archidiócesis de Toledo, los socialistas, los comunistas y los anarquistas asesinaron al 47,6% del clero; en la diócesis de Tortosa fue asesinado el 61,9% del clero; en la de Lérida, el 65,8% y en la de Barbastro, martirizaron al 87,8% del clero

El segundo de los martirios que he seleccionado es el de Sor Isabel Ascensión de San José del convento de las dominicas de Huéscar (Granada). Esta religiosa había nacido en el seno de una familia de labradores acomodados, e ingresó en el convento como monja de velo blanco, es decir, que no asistía al coro y se ocupaba de las labores del monasterio. Cuando la detuvieron tenía 76 años. Jorge López Teulón reproduce en dos fotografías la carta de la superiora, en la que cuenta lo que sucedió. Transcribo los principales párrafos, sin ningún comentario por mi parte, no hace falta:

“Fue terriblemente martirizada en la noche del 15 al 16 de febrero de 1937. La prendieron en la casa de una sobrina suya, con quien ella residía desde nuestra salida del convento (…) La prendieron el día 15 por la tarde ya casi de noche y con ella al esposo de su sobrina, al que también dieron muerte por el solo delito de tener en su casa a una religiosa.

A ella la prendieron porque llevaba un crucifijo pendiente del cuello y oculto en el pecho, y al registrarles lo vieron, esto bastó para que aquellos secuaces de Satanás creyeran que debían dar muerte a aquella anciana. ¡Pero qué muerte, Dios mío! Toda la noche la estuvieron martirizando a golpes y de todas las más crueles maneras que les sugería Satanás, todo para hacerle blasfemar que era a lo que ellos querían obligarla con su martirio, pero gracias a Dios no lo consiguieron; a las maldiciones y golpes que le daban, al mismo tiempo que le decían la blasfemia que querían hacerle repetir, contestaba ella ‘¡Ave María Purísima! ¡Viva Cristo Rey!’ y así una y otra vez, hasta que la hicieron polvo, pues creo que tenía todos sus miembros completamente hechos polvo, dislocados hasta el punto de no poderse tener ni sentada. Cuando le decían ‘blasfema mira que si no te matamos”, contestaba ella ‘ya lo sé, pero eso jamás lo haré’ y ‘¡Viva Cristo Rey, Ave María Purísima!’ Así estuvieron toda la noche, hasta que a la madrugada la llevaron al cementerio en compañía de 13 o 14 caballeros a los que también dieron muerte, y allí la terminaron de matar creo que de una descarga de fusil”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá