La fiesta de la Inmaculada Concepción es la festividad más española y España es la tierra de María, adscripción que nos adjudicó el inolvidable Juan Pablo II. Eso significa que es la única persona que nació libre de pecado original (P.O.) y, con ello, encabeza la clasificación de excelencia de la raza humana.
El PO no es muy popular. Contra él argumentan los evolucionistas, es decir, esos señores que llegaron mucho más allá que su creador, el amigo Charles, quien se mantuvo en lo que podríamos llamar una prudente espera de investigaciones futuras. Los evolucionistas pata negra, aseguran que millones de amebas dieron lugar a centenares de miles de monos y, éstos, por hacerlo corto, a unas decenas miles de señores y señoras (Darwin, a la postre un reaccionario, no cuenta para nada con los gays, ni mucho menos con el cuarto y quinto sexo, bisexuales y transsexuales, como sin duda todos ustedes conocen). La unigénesis es cosa de los creacionistas -el nombre, no me digan suena fatal-, y aunque la última pirueta de la ciencia consista, precisamente, en una vuelta a la unigénesis sólo es porque los científicos están todos medios locos, especialmente los dedicados a la investigación psíquica.
Personalmente, creería a pies juntillas en el pecado original aunque no creyese ni una palabra del resto del catecismo cristiano. De hecho, sólo hay dos cosas en la que creo fervientemente sin necesidad de acudir al dogma: la libertad y el pecado, consecuencia el uno del otro. Dos dogmas para los que no necesito bautismo alguno.
El pecado del mundo moderno consiste en no creer en el pecado, a pesar de estar inmenso en él, rodeado por él y enmarañados en el sufrimiento que provoca. ¿Y por qué existe el pecado y, con él, el mal y, con él, el dolor en el mundo? Porque el hombre lo provoca en uso -en mal uso- de su libertad.
No me digan. En el fondo, la Inmaculada Concepción tiene todo el sentido. El español, a pesar de su soberbia ancestral, entendió enseguida la necesidad de que una sola persona, la madre del Salvador, no estuviera contaminada por la lacra heredada por la raza.
Y llega la guinda: la mayoría de quienes reniegan del P.O. aseguran que ellos no tuvieron nada que ver con la desagradable incidente de la manzana. Son los mismos -como cualquier ser humano- al que no se le ha pedido permiso para venir a la vida, ni para purgar las consecuencias de que su padre fuera bajito y su madre no fuera una rica heredera. En definitiva, los que han olvidado el viejo secreto de que somos una raza, y no podemos dejar de serlo. Y es que somos así... a lo mejor por el P.O.
Pero uno, sólo uno, de los representantes de esa raza nació libre de PO. Pero nos basta con Ella.
Eulogio López
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