El Mundial de Sudáfrica evoca el cáncer latente.
Zinedine Zidane respondió con la mala leche del cabezazo a las preguntas de la prensa sobre la rebelión de los jugadores galos en Sudáfrica. También pronunció la sinsorgada de que el problema no es que el cantamañanas de Anelka insultara gravemente a su superior, el entrenador Domenech sino que hubiera trascendido, que alguien se hubiera chivado. Pues no, señor Zidane: la culpa es del soberbio de Anelka que no contento con insultar a su superior se niega a pedir disculpas. Anelka, naturalmente, es musulmán, como Zidane, religión en la que no cabe el perdón pero sí un odio al Occidente cristiano que le ha acogido. De ese odio participa, aunque más mitigado, Zidane, al igual que el capitán de los rebeldes -y capitán inmerecido de la selección-, Patrice Evra, quien pretende decidir qué jugadores deben saltar al campo y cuáles no, quien ha decidido no entrenar. Todos ellos unidos al majadero de Thierry Henry, encargado de azuzar desde el Barça el enfrentamiento entre catalanes y españoles, además de uno de los peores deportistas de las últimas décadas (he dicho deportista, no futbolista).
Es lógico que el presidente Sarkozy dijera que esto es intolerable. Bien sabe el presidente galo que la rebelión hortera de los jugadores franceses esconde algo mucho más serio.
Lo que le ha ocurrido a Francia en el Mundial del Sudáfrica demuestra que el problema galo, por más que se trate de ocultar, no es la presencia de árabes o magrebíes en sus calles, sino el hecho de que muchos de ellos son musulmanes. El Islam que fue detenido en su intento de conquista violenta de Europa por los polacos en Viena y por los españoles en Iberia prueba ahora con la conquista por métodos no bélicos pero igualmente arrogantes: imponer sus sentimientos, más que pensamientos, minoritarios, a la mayoría de la población de origen cristiano. Los islámicos son especialistas en socavar la convivencia y de tomar el poder e imponer su ley en cuanto se conviertan en mayoría. Lo llevan en su credo, que es irrespetuoso e intolerante con el cristianismo y que, como Anelka, sólo rectifica cuando se le obliga a ello. Y observen: Anelka no se arrepiente de sus insultos soeces, Henry no se arrepiente de ser un tramposo que clasificó a su país con un gol metido con la mano y Zidane no se arrepiente de arrearle un cabezazo a Materazzi.
Eso sí, Zidane es un filántropo que lucha contra el hambre en el mundo y Florentino Pérez, otro filántropo, insiste en que trabaje para el Real Madrid. Está claro que debe re-fichar a Anelka. Y a Evra. Y a Henry.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com