Ahí están, con su titulación universitaria en toda regla, con sus inquietudes espirituales, sus aficiones artísticas, su formación permanente, sus afanes inabarcables, una ilusión constante con la vista puesta en el cielo y nulas posibilidades de promocionarse. Y por eso les importa bien poco que su nómina no alcance los seiscientos Euros al mes y que el desprecio sea moneda de cambio en muchos de sus intentos por ayudar a cuantos más mejor.
Sí, me estoy refiriendo a los sacerdotes, seres humanos que lo han dejado todo; afanes nobles, amores limpios, puestos de relevancia en la sociedad civil, su lugar de nacimiento, su familia y amigos de toda la vida, y hasta ilusiones lícitas; por amor a Dios y a los demás. Personas muy capaces de destacar en otros campos profesionales que se tragan su orgullo un día tras otro, soportando injurias de algunos que no les llegan ni a la suela de sus zapatos, aguantando desprecios y el ninguneo injusto de muchos que jamás en su vida han pensado para nada en los demás, con la certeza clara de que, hagan lo que hagan, siempre recibirán un buen puñado de críticas. Sí, y todo esto por amor, con la vista y la esperanza puestas en el cielo.
Sí, también me estoy refiriendo; con algunas excepciones singulares si los comparamos con los sacerdotes; a los maestros de Religión que se dejan la piel un día tras otro, soportando el desprecio de sus compañeros de claustro, sin posibilidad alguna de promocionarse y de adquirir responsabilidades de dirección en las escuelas, ejerciendo con heroísmo la virtud de la humildad cuando sufren en sus carnes el ninguneo y se les pasa por la cabeza dedicarse a otra cosa, sacar una plaza de maestro generalista en la escuela pública o irse a la enseñanza privada. Sí, y todo esto por amor, con la vista y la esperanza puestas en el cielo.
Jesús Asensi Vendrell