Si mujeres y diseñadores se han aliado para hacer de las calles un escaparate de desnudez cada vez más evidente, en el que los metros de tela que cubren a las féminas menguan año tras año, el afán liberador con que ellas se desprenden del sujetador del bikini nada más poner un pie en la playa es conmovedor.
Las autoridades que velan por la no contaminación acústica y visual de nuestras ciudades, multando escombros y ruidos y favoreciendo la remodelación de las fachadas, deberían ocuparse de hacer del espacio común de convivencia un espectáculo menos chusco, y de las playas, un entorno sano y limpio apto para menores. Al final, es la intimidad que se ofrece gratuitamente para ser vejada por la impureza del transeúnte, antes de que el amor la comprendiera y la sublimara a su medida. Una pena.
Clara Jiménez
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