Me alegré mucho al conocer el propósito del presidente del Gobierno de aprobar medidas de austeridad.
Inmediatamente me acordé de los miles de coches oficiales, no exagero, las subvenciones especiales, por gestiones innecesarias y desplazamientos exóticos inútiles. También pensé en el número de comidas de trabajo, reuniones estériles y corros prescindibles.
Se me ocurrió, incluso, que podrían descontar a los señores diputados los días que no asisten a las sesiones del Congreso, como cualquiera si un día no va a trabajar. Hay que fichar, dice una hija mía.
Por eso la desilusión ha sido mayúscula. Como siempre, se le quita al que no tiene porque al que tiene, nadie se atreve.
Retrasar la edad de jubilación. Claro. Sin niños, no habrá quien cotice.
He leído una carta lamentándose en el sentido de que quien imagina subido a un andamio de obra a un hombre de casi setenta años. Un disparate. Pero es que no saben. Y cuando no se sabe, hay que reconocerlo y ceder el paso a otro.
Ramona Romeu Virgili