Ese hombre inteligente y peligroso (es decir, que sólo se parece a su sucesor, Zapatero, en un 50%) que es Felipe González lo expresa así: Ya no estamos en el mundo de las ideologías, sino de las identidades. Por supuesto que no es cierto. Si lo fuera, deberíamos suicidarnos todos. Pero es brillante. Es decir, se acerca tanto a la verdad como para resultar una gran mentira. O se está tan cerca de la verdad como para resultar impactante. Como ustedes quieran.
Lo que quiere decir el hombre que gobernó España durante 13 largos años es que muchos están más pendientes de lo que son que de lo que piensan. El grado de sinrazón es tal que la gente no anhela unas convicciones sino simplemente la pertenencia a un grupo, no quieren una razón para vivir, sino una razón de ser. Perdida la naturaleza, resulta que muchos se confirman con un carnet de identidad, aunque sea del Barca.
Los ejemplos los hay a miles. Las feministas pretenden ser mujeres ante que personas, y los nacionalistas vascos y catalanes pretenden ser nacionalistas antes que vascos y catalanes y vascos y catalanes antes que personas. No se asusten, los hay cuya identidad sólo es un equipo de fútbol, y para otros su identidad es su posición social o pecuniaria. Yo creo que a todos los tipos de nacionalistas, de cualquier signo, debería surgirles la pregunta eterna: ¿y si hubiera nacido unos kilómetros más allá, bajo otra bandera, otro Estado, otra frontera? ¿Acaso elegí yo dónde nací? ¿Y de quién?
Juan José Ibarreche, quien según una amiga nacionalista, nacido en caserío, no es un político, sino un santo al que conviene encender alguna vela en la oscuridad del templo, ha lanzado su Plan Ibarreche para ser más vasco, más independiente, aunque no está claro de quién, y aún menos claro de qué. Da lo mismo, muchos nacionalistas están contentos: ya son alg son independentistas, son vascos. El resto de las cuestiones vitales deben subordinarse a esa identidad.
Ahora bien, al hombre no le caracteriza su identidad, sino sus principios. El hombre es lo que valen sus principios. ¿Defienden los nacionalismos, vasco, catalán (o español, o europeo) unos principios, o sólo defienden una identidad? No, no defienden un principio, ni una idea, ni una convicción, ni una ideología: lo que defienden es un Estado, pero un Estado es muy poca cosa. Si en el Palacio de la Moncloa hubiera inquilinos inteligentes, es probable que repararan en esas ideas troncales, compartidas con los próximos, que son los que forjan un colectivo, una nación, una patria, lo que fuerza el deseo de vivir en común. Dice el Gobierno que no percibe peligro alguno para la unidad de España. Claro, cómo lo va a percibir si considera que España es sólo un Estado. Los nacionalismos vascos y catalán, son menos peligrosos para la unidad de España que la Unión Europea, cuyo efecto desintegrador del ser español resulta infinitamente más preocupante. Ahora bien, ni Europa, ni España, ni Cataluña, ni Euskadi tienen un conjunto de valores que les identifique... simplemente porque han renunciado a todos ellos. Ahora, cada cual tiene su bandera, la que sea, sólo que nadie sabe por qué la tiene.
Juan Pablo II nos lo ha dicho el pasado día 1 de enero, con motivo del cierre del año Santo Compostelan en mensaje dirigido al arzobispo de Santiago, Julián Barrio, el polaco gritó: España, sé tu misma. Es decir, una identidad basada en unas ideas, que no pueden ser otras que las que han forjado España, Euskadi y Cataluña incluidas: Ayudar a los católicos españoles a renovar el vigor apostólico de su fe... la fe en Jesucristo y la devoción a la Virgen María han sido, y siguen siendo, referencias fundamentales en la vida de los españoles y han enriquecido su identidad y sus costumbres. De esta fe nacieron los criterios morales que han configurado la vida de la sociedad hasta nuestros días... hoy España y toda Europa necesitan recuperar la conciencia de su identidad... España, sé tu misma, descubre tus orígenes... que eso es originalidad: no ser diferente sino acudir a los orígenes.
Así que les dig no hay que preocuparse tanto del Plan Ibarreche, por más que el enemigo, en este caso el Gobierno de la nación, esté presidido por quien no es capaz de distinguir entre idea, identidad y necesidad. Les digo más: si los nacionalismos vascos y catalanes, un PNV, una ERC, defendieran principios cristianos, o principios de ley natural, a lo mejor me apuntaba a su independentismo político (me gusta más que el aluvión paneuropeo hacia el que nos encaminamos), sólo que el mago Carod no me ofrece muchas posibilidades no en su identidad, sino en sus ideas.
Por cierto, tampoco me gustan los fervorosos patriotas que quieren oponerse al separatismo vasco o catalán con la sola invocación de la unidad de España. Si el tontainas de Sabino Arana deificó Euskadi, o más bien Vizcaya, no sé por qué voy a caer en el mismo error de deificar España, una patria común, producto de la fe, de la que me siento muy orgulloso por todo lo que en ella hizo la fe, no por el límite de sus fronteras. En efecto, el fascismo es la deificación de la patria o la nación: y sí, hay fascismo en los nacionalismos vascos y catalán y, quizás por reacción, lo hay en algunos cuya principal preocupación ha pasado a ser la unidad de España. Les digo más: no acabo de comprender cómo un agnóstico puede sentirse un patriota español cuando ha sido la fe la que ha forjado España.
Robert Schuman, unos de los creadores de la Unión Europea, advertía que "el nacionalismo no es más que perversión del patriotismo". Muy cierto, pero es que el cristiano Schuman entendía por patria unos principios, no una mera identidad o un simple Estado.
Y añade el Papa otro mensajito para los españoles: "las dificultades que podáis encontrar para transmitir el Evangelio de Cristo, lejos de debilitar vuestra esperanza, han de ser motivos de fidelidad y de unidad, ocasión para dar un testimonio público y coherente. Así tendréis fuerza y credibilidad para defender el respeto a la vida en todas sus etapas, la educación religiosa de vuestros hijos, la protección del matrimonio y la familia y el valor social de la religión cristiana".
Mientras tanto, ¿qué es lo que veo hasta en los medios informativos católicos? Una dolorosísima interpretación del pérfido Ibarreche, quien pretende terminar con la unidad de España con un más aún pérfido plan. Y prefiero la España rota a la España atea, en la convicción de que, volviendo al origen, no hay quien rompa España.
Eulogio López