La venganza del Ebro, resumía Gaceta de los Negocios, probablemente el periódico español que titula con criterio más afinado, con mayor capacidad de síntesis entre la selva de datos, agobiante saturación informativa, en que se ha convertido el periodismo actual.

A mí no me extraña que el Ebro se esté riendo de todo el paletismo y de todo el egoísmo lamentable que reina en España, inundando la Expo zaragozana, lo que pone en peligro su ceremonia inaugural. Pero lo que más me preocupa es la reacción de un tarraconense expresada ante las cámaras de TV: como está lloviendo mucho ya no es necesario el mini-trasvase a Barcelona.

La verdad es que un mini-trasvase no deja de ser un desagüe, que puedes utilizar o no, según prefieras. De ahí que si no fuéramos presa del egoísmo paleto, los tarraconenses estarían deseando que se construyera el mini-trasvase a Barcelona, el mega-trasvase hacia Valencia y Murcia y cualquier otra obra que permita al hombre regular la fuerza del Ebro a su conveniencia. Así que el río ha dicho: ¿No queréis sopa? ¡Tomaros dos tazas!

Dejo a un lado a los ecologetas, que están muy tristes, porque han perdido una de sus angustias. Ahora ya no tienen sequía que llevarse a la boca, y porque cuando bilbaínos y cántabros evacuan agua de sus domicilios y negocios, venir con lo de la sequía apocalíptica -producto del cambio climático, naturalmente, del que todos somos culpables, frase favorita de Radio Nacional de España- resulta un mensaje carente de credibilidad.

En resumen, que el Ebro ha decidido cachondearse del egoísmo paleto de, en este caso, catalanes y aragoneses. En el mundo hay dinero para todos, hay alimentos para 100 humanidades, hay agua para el presente y el futuro. Lo que provoca carestía es la codicia humana, que pretende acaparar dinero, alimentos y agua, o vender éstos dos últimos para acumular el primero. La solidaridad interterritorial es una patología que se inicia cuando al ciudadano de Barcelona le importa un pimiento lo que le ocurra al agricultor murciano. Eso es desintegración de España.

Y lo más grave es que, pasado el apuro, un señor de Tarragona se mantenga en sus trece y afirme que ya no es necesario el minitrasvase, el no-trasvase, como se le ha llamado. Con el Ebro desbordado no sólo estamos vertiendo agua en el mar sino también toneladas de tierra fértil. El trasvase hacia tierras levantinas hubiera sido en este momento una bendición de Dios.

Los españoles nos hemos vuelto egoístas y nos hemos vuelto cobardes. Cobardía y egoísmo: España es un país que sufre síndrome de Estocolmo respecto a sus enemigos externos, síndrome cobardica convertido  con un síndrome de Estocolmo que lleva a su máximo repente, el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, a revolverse contra todo aquel que defienda la identidad española atacada, por ejemplo, por el Islam. Si tendremos miedo al futuro que nos negamos a tener hijos. De hecho, nuestro mayor peligro de desintegración como país son los hijos que no tuvimos.  

Son esos dos problemas, más bien tirando a graves, los que pueden romper España, no el Estatut catalán, ni los nacionalismos, ni las diferencias en el Partido Popular, ni el resentimiento progre, verdaderamente absurdo, en el que vegetan los socialistas en general y ZP en particular. Lo que puede quebrar la idea de España es el egoísmo y la cobardía. Todo lo demás es perfectamente negociable.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com