No es que yo pretenda comparar ambos juicios, aunque tengan algunas connotaciones, no, no lo pretendo.
Les voy a hablar de cine, concretamente de la película El juicio de Nuremberg. Aquí en España se tituló: ¿Vencedores o vencidos, y como ese título no me gusta, porque está claro que hubo vencedores y vencidos, y no hay que hacerse ninguna pregunta al respecto; prefiero el título original: El juicio de Nuremberg.
Esta es un película que dirigió Stanley Kramer en 1961, es decir 16 años después de acabar la Segunda Guerra Mundial, y no trata sobre el juicio más famoso sobre los altos cargos del nazismo: Hess, Keitel, Jodl, Göring, Kaltenbrunner, Speer, entre otros. Algunos de los mandamases nazis se suicidaron: Hitler, Göebbels, otros huyeron como Eichmann, otros desaparecieron como Bormann, y a los demás se les juzgó en Nuremberg.
Después del famoso juicio hubo otros muchos juicios de Nuremberg, contra otros miembros digamos que menores de la Alemania Nazi; y sobre uno de ellos trata la película: concretamente contra los jueces, contra cuatro jueces que dictaron sentencias siguiendo las leyes nazis.
La película se rodó en blanco y negro lo que le da un aire de documental que la engrandece, si es que ello es posible, porque nos hallamos ante una verdadera joya del cine. Bajo un guión portentoso, la película acoge a un elenco que pocas veces se ha visto en el cine: Richard Vidmark, Spencer Tracy, Burt Lancaster, Maximillian Schell, Marlene Dietrich, Judy Garland y Montgomery Clift realizan siete clases maestras de interpretación.
No se puede estar más sublime que cualquiera de ellos. Maximillian Schell recogió el Oscar ese año, pero fue más un premio general a todos ellos, que uno individual. Toda la película mantiene un ritmo muy alto pero hay tres momentos que son absolutamente geniales: el primero es al comienzo; comienza con las pruebas de micrófonos y traductores. Hay que pensar que el juicio simultáneamente se traducía al inglés, al francés, al ruso y al alemán, este galimatías se muestra durante unos segundos, para a continuación hablar todos en el mismo lenguaje.
Esto no le quita verosimilitud, y agiliza enormemente la película. El segundo es la aparición de Montgomery Clift; solo dura siete minutos, ¡Pero qué siete minutos! Si alguien se considera buen actor que vea la secuencia y que se descubra. Y el último momento es la conversación que mantienen Tracy y Lancaster, el primero, es el típico juez de pueblo, norteamericano él, que acaba de condenar a cadena perpetua a Lancaster, que ha sido ministro de justicia nazi. El diálogo es de una altura pocas veces oída.
Lancaster abrumado por su culpa le dice a Tracy: ¡Jamás supuse que se fuera a llegar, a lo que se llegó más tarde! ¿Usted cree que si lo hubiera sabido, no me hubiera opuesto con toda mis fuerzas Y Tracy le responde: "La primera vez que condenó a un inocente aún sabiendo que lo era, ya se llegó a lo que se llegó".
Todo esto viene a cuento por la sentencia del Dr. Morín: los jueces de la Audiencia de Barcelona, lo han hecho al revés, han absuelto a un culpable, aún sabiendo que lo es. Es difícil entender los motivos de la sentencia, puesto que en la misma se reconocen la veracidad de las pruebas. Quizá no hayan querido encausar a las 87 madres de los casos conocidos y aducidos, quizá no hayan querido ser protagonistas en unos tiempos revueltos. Lo único cierto es que en las clínicas del Dr. Morín no se cumplía ni siquiera la Ley de Despenalización del Aborto.
Alguna vez, espero que sea mas pronto que tarde, esta sociedad en su conjunto deberá responder por el genocidio que suponen cada año los abortos de unos cien mil españoles, que podrían haber nacido y han sido asesinados: por sus madres, por unos médicos desaprensivos que no deberían llevar tal nombre, y por un sistema judicial que en vez de proteger al más desvalido, el que no ha llegado ni a nacer; protege a su asesino, es decir al Dr. Morín de turno. "La primera vez que se absolvió a un culpable, aún a sabiendas que lo era, ya se llegó a ello". Tengámoslo presente.
Alejandro Pérez