Ocurrió en un aula de un colegio concertado de Madrid. La profesora anuncia a sus alumnos que van a repasar la geografía de España empezando por la meseta. De pronto, una niña levanta la mano y le pregunta a la profesora si Cataluña puede quedar para el final. No vaya a ser que antes se declare independiente y no tengamos que estudiarla, añade.
No deja de ser una anécdota. Pero significativa del clima político en que vivimos. El debate estatutario ha calado hasta las aulas de las escuelas hasta tal punto que una niña se pregunta sobre la posibilidad de evitarse el trago de estudiarse la desembocadura del Ebro.
Por supuesto, la escena es fruto del clima de crispación que se vive en los hogares españoles. Nadie conoce los detalles de lo que se negocia en el Congreso, entre otras cosas, porque el debate se produce a puerta cerrada. Pero todos tienen la convicción de que el Estatut supone una amenaza para la unidad de España. La irresponsabilidad de unos y otros ha conseguido que la política española se viva como un Madrid-Barça. Y las consecuencias penetran hasta lo más profundo del tejido social español.