"El mapa del cerebro será tan relevante como mandar un hombre a la luna". Lo dice Rafael Yuste (en la imagen), el científico español que forma parte del equipo al que el presidente norteamericano, Barack Obama, ha encargado el proyecto Brain, que consiste justamente en eso, en un mapa del cerebro.
Y el hombre está entusiasmado con la encomienda. No me extraña. Es, en efecto, un gran proyecto científico. Y mucho más importante que lo del Apolo XI. La Luna me dice menos que el cerebro. Enhorabuena.
Eso sí, no puedo darle mi parabién a Yuste cuando, en entrevista con el 'ABC', glosa su actual quehacer con estas palabras: "Creo que habrá leyes que van a ser importantísimas y van a describir, por ejemplo, los pensamientos, porque una propiedad emergente del cerebro humano es generar ideas, pero la idea está generada por las neuronas".
Señores, quiero comunicarles que, desde que los científicos generaron su lamentable gusto por la metáfora, vivimos en un mundo tenebroso. Apenas nos queda tiempo para 'desfacer' entuertos.
Mire usted, señor Yuste: dejando a un lado que las leyes científicas no se inventan, se descubren, observando una naturaleza que ya le viene dada al científico, el problema es que el cerebro no genera ideas. De hecho, el cerebro no piensa. Las neuronas tampoco piensan, ni engendran, ni tienen ideas, ni pensamientos ni participan en tertulias (bueno, ahí se piensa poco, pero esa es otra cuestión). Porque el pensamiento es inmaterial, espiritual, y el cerebro es tan material como un trozo de granito.
Como materia que es, el cerebro, por ejemplo el de don Rafael Yuste, no tiene nada que ver con el cerebro del niño Rafaelito Yuste. Todas y cada una de sus células han cambiado, toda su materia es hoy otra materia. Si sólo existiera la materia, Rafael Yuste habría dejado de ser Rafael Yuste, sería otra cosa, porque la materia vive en continuo cambio. Lo que le ha mantenido en su ser -por eso el niño Rafaelito se convirtió en don Rafael- es precisamente lo inmaterial, su espíritu, su alma… llámelo como quiera: usted. Su espíritu, si esto le parece más inteligible.
Esto es cierto tanto para el cerebro como para las neuronas. ¿Las neuronas no cambian Puede que no cambien, teoría hoy en discusión en la llamada comunidad científica (que últimamente parece una comuna por el guirigay reinante) pero, en cualquier caso, si no cambian las neuronas cambian de continuo su composición química. Es decir, que tanto me da que me da lo mismo.
No, el cerebro no piensa, las neuronas tampoco, el que piensa es Rafael Yuste, que no es un qué, sino un quién y que es lo que permanece más allá de los cambios acaecidos en el cerebro y en todas las células del cuerpo, de hecho, ni las células del Yuste niño sobreviven en el Yuste que trabaja para Obama.
Decíamos ayer que el Big Bang, ni la astronomía, ni ninguna otra ciencia empírica, puede explicar por qué existen las cosas. Eso quedaría para la filosofía. Pero el ateísmo práctico insiste en aplicarle al cerebro, a título de metáfora, que es la sede donde radica el pensamiento. No, es verdad que el cerebro es el canalillo que comunica el universo espiritual del hombre con el material. Pero una cosa es el agua y otra el canal de cemento por donde discurre y el recipiente en el que termina depositándose.
El cerebro no piensa, el cerebro no engendra ideas porque los perros no engendran gatos. No se puede explicar el Universo mediante el Big Bang ni se puede explicar el mundo del pensamiento y la razón desde el materialismo. No es que sea anticristiano; es, sobre todo, anticientífico. Es un ateísmo cutre aunque me temo que ateísmo y cutrez supone una reiteración. Como decía el converso Clive Lewis: un joven ateo nunca sopesará en poco el peligro de leer determinados libros. Él empezó a leer a Chesterton… y todo su ateísmo se fue a hacer gárgaras.
Hoy tenemos que pararle los pies a otro sutil y alegórico entusiasmo del materialismo más ramplón.
Eulogio López
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