Es Gaudí,  no Picasso, quien rehace el espacio. La modernidad siempre incurre en la debilidad de calificar de genio a cualquier majadero aquejado de originalitis. Gaudí, sin embargo, sí es un artista original, dado que fue al origen de las cosas: descubrió la simetría de la curva y nos mostró que la distancia más corta entre dos puntos no es la línea recta.

A su lado, el pobre Picasso, se quedó en la mera descomposición de los objetos. Es la misma diferencia que existe entre el criador de reses bravas y el descuartizador del matadero. Ambos son necesarios, pero el ganadero forja la bravura del astado, el matarife tan sólo desguaza la res vencida.

Desde el canon griego, llevado por el románico y el gótico a su desarrollo definitivo, el arte no había aportado a la humanidad nada nuevo hasta el arquitecto del siglo XIX, que instauró un nuevo canon: el canon de la línea curva, como curvo es el espacio. De hecho, una vez que don Antonio puso el tópico de la recta en entredicho, don Alberto, de apellido Einstein, nos enseñó, casi nos demostró, eso mismo: que el espacio es curvo y sólo la mente humana intenta hacerlo rectilíneo para poder imaginarlo (en lugar de concebirlo, como sería su obligación de criatura racional). Al final, el mensaje de Gaudí es muy simple: el hombre no es el centro del universo, y el espacio y el tiempo son los que marcan la realidad; el ser humano sólo es el objeto de la misma. Una vez más: el ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve. El dueño del ser humano es su Creador, el mismo que le mantiene en la existencia, para la criatura queda la tarea de comprenderlo, tarea en la que la imaginación constituye su peor enemigo.

Con las paupérrimas armas del conocimiento científico, Einstein nos mini-demostró la relatividad -que no el relativismo- la misma relatividad que Gaudí ya nos había mostrado en toda su plenitud. No la relatividad el universo sino la relatividad del ojo que mira el universo. La bomba atómica y su efecto multiplicador se entiende con don Alberto, pero se comprende con don Antonio.

Gaudí representa, además, la cumbre de la feminidad. Porque la grandeza de la mujer no estriba en su lamentable tendencia al pensamiento empírico, siempre tan limitado, tan pobre, sino en su pensamiento curvo, formidable atajo hacia la verdad que los varones, empeñados en la línea recta, tardamos mucho más tiempo en recorrer.   

No, ante la menor posibilidad de que las obras del Ave dañen la estructura de la Sagrada Familia hay que parar las obras. El templo barcelonés, que no el Guernica afincado en Madrid, constituye la cumbre del arte moderno. Ya se ha horadado demasiado en su subsuelo y ya se ha construido demasiado en su entorno. Hay que ser muy estúpido para poner en peligro la Capilla Sixtina del arte moderno, el Partenón de la modernidad.

No me extraña que haya quien pretenda iniciar el proceso de canonización de Gaudí. No soy quien para juzgar si vivió virtudes cristianas en grado heroico, pero sí sé que recibió una revelación que no se regala a cualquiera. De hecho, hasta Gaudí, llevábamos un par de milenios sin revelaciones artísticas de tamaño calado como para que ZP -que, como es sabido, tienen un gafe enorme- abra una grieta en el pórtico de la Pasión.

Y, ante todo, hay que rogar para que el Vaticano no acepte el incoado proceso de beatificación porque entonces, ante tamaña provocación, el AVE, no sólo no pasaría bajo la Sagrada Familia, sino que la fachada de la Gloria se convertiría en un apeadero de cercanías.

Cuando a Gaudí le dijeron que su obra tardaría lustros en realizarse respondió que el dueño a quien estaba dedicado no tenía prisa. Muy cierto, pero el gran arquitecto no contaba con una ministra como ‘Lady Socavón', cuya ignorancia sólo es superada por su contumacia.  

Eulogio López

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