Por otra parte, la francesa Marie Hennezel, psicóloga clínica y especialista en cuidados paliativos, asevera que en su servicio han velado a enfermos que padecían una desmejora profunda del semblante, por las secuelas de carcinomas, con alteraciones tan patéticas como las que soportaba la francesa Chantal Sébire. Personas que expresaban su deseo de morir.
Hemos experimentado que es más humano acceder al deseo de morir de quien no puede más. Sin embargo, no podíamos dar la muerte deliberadamente a nuestros pacientes. Nuestra misión era ser lo más creativos posibles para encontrar solución a las peores situaciones. Adormecíamos al enfermo y animábamos a sus seres queridos a acompañarlos en una vigilia llena de delicadeza. Pues, en coma, la persona percibe la calidad afectiva de los que le rodean, sus gestos de ternura y las palabras de consuelo murmuradas al oído.
Según la experiencia de Hennezel, jamás las familias han encontrado inútil o absurdo este tiempo. Se turnaban a la cabecera del enfermo terminal, en este último ritual de oblación que da sentido a los momentos finales. La psicóloga francesa atestigua que este dejar morir es diferente de la eutanasia. Permitíamos a una persona que, al final de sus sufrimientos, partir dulcemente y no brutalmente, como ocurre cuando se administra una inyección letal.
Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados, afirma el Catecismo de la Iglesia Católica.
La tentación de aplicar la eutanasia, capturar a la muerte, de modo avanzado y poner fin a la propia existencia, se presenta disparatada y monstruosa. Nos topamos ante la cultura de la muerte que triunfa en las sociedades opulentas.
Clemente Ferrer
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