Las comparaciones son odiosas, más aún cuando en el cine se realizan remakes de obras maestras. Eso ocurre con Ben-Hur (2016), una nueva y deslucida traslación al cine, sobre la novela de Lewis Wallace, cuya versión realizada en el año 1959 por el director William Wyler logró, merecidamente, once Oscar. Ni los actores, ni la puesta en escena, ni las secuencias más emocionantes del desarrollo son resueltas, en el mejor de los casos, más allá de la corrección. Porque donde había grandeza y buen cine, en la versión de Wyler, aquí solo vemos una película de aventuras, que no emociona en ningún momento del desarrollo. De tal forma que una de las secuencias más memorables del relato, la carrera de cuadrigas, se resuelve de forma chapucera en el envite final (porque  las imágenes se aceleran y dejan de ser nítidas). Lo único que puede ser aceptable, para el público católico, es que es respetuosa en la transmisión de la doctrina cristiana cuando aborda lo que supone el arrepentimiento o el perdón o, en aquellos instantes, en que al protagonista, el príncipe judío Judah Ben- Hur, se le cruza en el camino Jesucristo. Pero, incluso, en esos minutos puntuales  cualquier espectador siente nostalgia de cómo se resolvió en la película clásica, un claro ejemplo: el plano de espaldas cuando Cristo se apiada y da agua a un Ben-Hur  humillado y maltratado por los soldados romanos en su camino hacia galeras (en la película de 1959). En el mundillo de los comentaristas del Séptimo Arte se narra una anécdota sobre  un crítico que, sobre un  remake, sólo escribió: "¿Por qué?". Ese podría ser un excelente resumen de esta nueva adaptación de Ben-Hur. No merece la pena contemplar imitaciones, o versiones nuevas, cuando la original es ya un clásico, con  todo  lo que eso significa. Para: Los que vean todas las películas de contenido cristiano aunque sean, cinematográficamente, tan mediocres como ésta Juana Samanes