Jason Bourne
Lo cuenta Sandro Magister al que conviene hacer caso siempre, aunque no sea el más optimista de nuestros ciudadanos: hay un ataque global contra el secreto de confesión en todo el mundo. Cita varios casos que avalan su tesis y que podían dar a entender que nos encontremos ante un ataque coordinado.
No lo creo. No es necesario que sea coordinado para que sea. Ya no vivimos en la era de la conspiración, sino del consenso. Es decir, mucho peor: lo políticamente correcto hoy obliga a no salirse del rebaño so riesgo de no tener visibilidad. Manera fina inventada por la feminista para decir que eres un ‘pringao’.
Es de cajón: sin libertad de conciencia, el ser humano se convierte en plastilina en manos del tirano.
Cuando alguien se va a confesar es porque sabe que el cura a quien le cuenta sus pecados debe dejarse matar antes que contarlo a un tercero. En una serie televisiva de hace unos días pude ver a un policía progresista escandalizarse porque un cura se negaba a culpar a un reo al que había escuchado en confesión. Vamos que el ataque no sólo es real sino que la idea del cagarse el secreto de confesión ya se ha hecho teleserie. Mal vamos. En el cine el secreto de confesión convertía en héroe al confesor. En las teleseries le convierte en villano connivente.
Pero el ataque no es sólo, como asegura Magister, contra el secreto de confesión, sino también es, en el terreno civil, es arremetida contra la objeción de conciencia.
Si traicionas tu conciencia, te conviertes en un número
Insisto, vivimos en tiempos de la blasfemia contra el Espíritu Santo, es decir, donde lo malo es bueno y lo bueno es malo. Vivimos en el tiempo en el que el aborto -por decir algo- no sólo debe ser despenalizable; además, es un derechos humano. ¿Derecho a que una madre mate a su hijo en sus propias entrañas? Sí, exactamente eso: es un derecho.
Desde que las mayores aberraciones se han convertido en derechos, el legislador no hace otra cosa que obligar al individuo a quebrantar su conciencia moral. Cuando lo haga, será plastilina en sus manos.
En suma, un ataque contra la libertad de conciencia.
¿Se acuerdan de las películas de Jason Bourne? EEUU ha creado un asesino en serie al servicio del Gobierno, ¿cuál es el examen final para convertirle en una máquina de matar? Se le obliga a matar a un encapuchado, del que lo desconoce todo. Lo único que sabe es que es un enemigo del Estado pero no sabe ni por qué debe ejecutarlo. Pasa el examen y a partir de ahí, su conciencia ya no le pertenece. Él mismo ya no se pertenece.
Décadas atrás, George Orwell planteaba la misma cuestión, con el protagonista de 1984, Winston. ¿Cuándo dejan de torturarle, cuándo deja de ser un peligro para el Estado? Cuando traiciona a su amada, no por delatarla, sino por solicitar que le apliquen a ella, a su amada, la tortura que él está sufriendo. A partir de ahí es puesto en libertad, ya no es un problema para el Estado… porque ha traicionado su conciencia.
Piensen ahora, por ejemplo, en los médicos obligados a recetar abortivos, piensen en los profesores obligados a enseñar aberraciones a los niños, piensen en los jueces y policías que acaban persiguiendo a quien hace dos días eran inocentes…
Es la ofensiva final: la ofensiva contra la conciencia moral. Porque si traicionas tu conciencia, habrás entregado tu libertad y tu rebeldía. Y no eres una persona, sólo un número, plastilina despreciable en manos del poder.