
Es habitual que cuando una cotizada anuncia un ERE, las acciones suban. El mercado, o sea, lo inversores, entienden que la empresa podrá ahorrar un montón de millones y de esta manera podrá destinar más ingresos al crecimiento del negocio.
Pues bien, el valor en bolsa de Telefónica ronda actualmente los 19.400 millones de euros, por debajo, incluso, de los 19.550 millones de euros con los que cerró 2022, un año para olvidar en el que perdió más de 2.700 millones de euros de valor bursátil.
Desde entonces, la compañía había ido recuperando el terreno perdido hasta superar, al cierre de 2024, los 22.300 millones de euros de capitalización bursátil, su máximo desde la pandemia. Ni siquiera el ERE ha servido para alegrar la cotización de la teleco que, si nadie lo remedia durante las últimas sesiones, podría cerrar 2025 con una caída superior al 14%.
Efectivamente, Telefónica y los sindicatos firmaron este lunes el expediente que afectará a un máximo de 5.500 empleados y cuyo coste la compañía ha cifrado en 2.500 millones de euros antes de impuestos. Todo para lograr unos ahorros anuales de 600 millones, a partir de 2028, según el comunicado remitido a la CNMV.
Ahora bien, el problema de Telefónica no son los costes sino los ingresos. Faltan ingresos y eso no se soluciona echando a 5.500 empleados a la calle aunque eso suponga ahorrar 600 millones al año.
La situación actual de la compañía es mucho más delicada que eso, porque si no hay ingresos no puede invertir y si no invierte el servicio se termina resintiendo… y eso son palabras mayores. Conviene tener presente que una de las fortalezas de la compañía, por no decir la única, es su cartera de clientes premium en España a los que, por cierto, les va a subir las tarifas alrededor de un 4%, en 2026.
¿Qué palancas tiene Telefónica para aumentar la facturación de manera recurrente y estable? Con Hispam no se puede contar, en Reino Unido está atrapada en una joint venture con Liberty de la que ninguna de las dos sabe cómo salir, la filial alemana está de capa caída y podría dar pérdidas este mismo año y en Brasil, la depreciación del real brasileño convierte en una ruina la repatriación de dividendos, además del riesgo país disparado, con Lula como presidente.











