Mientras en París se celebraba la cumbre mundial de inteligencia artificial (lunes 10 y martes 11 de febrero), Elon Musk lanzaba su oferta para comprar OpenAI (ChatGPT), por el módico precio de 97.000 millones de dólares. “No gracias, pero compraremos Twitter por 9.740 millones de dólares si quieres”, respondió el director general de OpenAI y excompañero de Musk en la empresa, Sam Altman. Y para que no hubiera dudas, insistió: “Open AI no está en venta”.

Efectivamente, Altman y Musk fundaron la empresa en 2015, pero tres años después, en 2018, Musk abandonó el proyecto por desacuerdos con su ‘socio’. Ahora han vuelto a chocar. Ya veremos en qué queda el asunto, porque Musk no está sólo, sino que le respaldan varios fondos norteamericanos, dispuestos a elevar la cifra si fuera necesario.

Mientras, en París, Ursula von der Leyen anunciaba la movilización de 200.000 millones de euros para el desarrollo de la IA en Europa, a través de la colaboración público-privada: 50.000 millones públicos y 150.000 privados, lo que no deja de ser una manera de hablar, porque el dinero público sale de los bolsillos privados.

Según Von der Leyen, Europa no se ha quedado atrás en IA porque la carrera apenas ha comenzado, es decir, todavía no le ha dado tiempo a quedarse atrás respecto a las dos grandes potencias, EEUU, que anunció inversiones de 500.000 millones de dólares en cuatro años, y China, que lanzó DeepSeek con consecuencias aún inciertas.

No es que la UE se haya quedado atrás, es que no existe para los grandes fondos tecnológicos mundiales, desde hace años, por su excesiva burocracia y lentitud de movimientos.

Y luego está Pedro Sánchez, inmutable ante el ridículo, que en enero presentó Alia, la IA española, que costó unos 10 millones de euros y que ni siquiera mejora modelos ya obsoletos de 2023.

Dos reflexiones sobre la IA y la carrera por liderarla: las inversiones mil millonarias en centros de datos pueden quedarse anticuadas en cinco años si, como puede suceder perfectamente, la cosa evoluciona hacia procesos más sencillos, más rápidos y menos dependientes de energía. Cuando eso suceda, que sucederá antes o después, ¿habrán amortizado esa elevadísima inversión?

La segunda reflexión es más importante: lo que subyace en todo este asunto de la IA es el transhumanismo y la neurociencia. Conviene recordar la obsesión de Elon Musk por el transhumanismo, que viene provocado por el miedo a morir. La neurociencia, por su parte, tiene como principal objetivo prescindir del Creador, a través del hallazgo de la materia inteligente, algo que no sólo es imposible, sino contradictorio. Ni la máquina piensa -la inteligencia artificial no existe- ni la materia pervive, sino que es caduca por naturaleza. Lo que sí pervive es el espíritu.