Dos personas distintas y dos reacciones diferentes ante el avance de la mal llamada inteligencia artificial (IA). Por un lado, Bill Gates, fundador de Microsoft, la empresa que ha invertido 10.000 millones de dólares en la compañía propietaria de ChatGPT. “Las IA alcanzarán la capacidad para ser tan buenos tutores como cualquier ser humano”, afirmó en una conferencia, en San Diego.

Olvida el filántropo Gates que las máquinas no pueden dar juicios de valor, imprescindibles a la hora de educar. Sólo emiten los juicios de valor que previamente han sido programados… por humanos. Y luego está todo lo que tiene que ver con las emociones y la empatía que se transmiten al educar, inalcanzables por una máquina.

Por supuesto, Gates lo dice pensando en los pobres, algo que ha caracterizado toda su vida. “Tener acceso a un tutor es demasiado costoso para la mayoría de los estudiantes, y especialmente hacer que ese tutor se adapte y recuerde todo lo que ha hecho y revise todo su trabajo”, afirmó.

Naturalmente, nada tiene que ver esto con la inversión citada anteriormente de Microsoft en ChatGPT.

Mientras Gates se preocupaba de los desfavorecidos, Geoffrey Hinton dimitía como uno de los responsables de la IA de Google, precisamente por los peligros que entraña esta nueva tecnología. “Me consuelo con la excusa habitual: si no lo hubiera hecho yo, lo habría hecho otro”, afirmó en una entrevista en el New York Times.

Los temores de Hinton están en línea con el de algunos países como Italia, que han bloqueado ChatGPT por, presuntamente, recopilar datos de los usuarios de manera ilícita. Sea cual sea el argumento, lo cierto es que la IA merece más de una reflexión profunda. Y si Bill Gates la defiende con tanto entusiasmo, con más razón todavía.