Sólo un ejemplo entre mil. Los satanistas, bueno, más bien estos aprendices de satánicos, unos aprendices un tanto tontines, aunque blasfemos, (los verdaderos luciferinos nunca montan numeritos) han profanado una capilla católica. Esto de las profanaciones se está multiplicando por todo el mundo. Quizás porque los verdaderos satánicos creen en Satán y adoran a Satán: no son tan estúpidos como para confesarse ateos, aprendices de semidioses y aficionados al esoterismo. Por otra parte, hay que ser estúpido para presumir de ateo y de satánico, todo a un tiempo. Porque si alguien tiene fe son los ángeles caídos. Tienen mucho más que fe: ellos sí saben que Dios existe.

El satanismo creciente y la obsesión por profanar la eucaristía, una verdadera epidemia, nos hablan de que la gran tribulación no va a venir: ya está aquí. Y lo malo es que todo parece normal. Bueno, no tan normal, pero tampoco podemos esperar signos externos… ni aunque los estemos buscando de continuo.

Pero, ojo, la humanidad no depende de un tirano que le sojuzga: el mundo está en manos de Cristo, que es padre

Entendamos esto: la humanidad ha abandonado el camino de la normalidad. La ‘gran tribulación’ ya está aquí. A partir de ahora, al cristiano se le exigirá heroicidad. Tendrá que ofrecer su coherencia, a lo mejor también su vida, en una batalla que ya ha comenzado y que girará -está ya girando y esto se hincha- alrededor de la Eucaristía.

Y algo más: en el siglo XXI, ya todo es extraordinario. Al menos, todo lo que merece la pena.  

Pero tranquilos: la humanidad, la de ahora y la de siempre, no depende de un tirano que le sojuzga: el mundo está en manos de Cristo, que es padre y que puede perder batallas pero nunca pierde la guerra. O la máxima del cristiano: de derrota en derrota hasta la victoria final.

Insisto: lo peculiar de nuestra época es que no vivimos tiempos ordinarios. No hablo del fin del mundo pero sí del juicio de las naciones. Porque el Reinado Eucarístico viene y ha de venir.

Para ser más preciso: la humanidad ha abandonado el camino de la normalidad y para el cristiano, ya todo es extraordinario. Algo inhabitual en la historia de la Iglesia.