Tal y “como dicen los científicos y reclama el pueblo”, aseguraba la periodista de RTVE, como inicio de su crónica sobre el fracaso de la COP25. En otras palabras, no hubo acuerdo final entre los países participantes por la sencilla razón de que lo que pretenden los onegeros climáticos y los políticos de la demagogia, con la ministra española Teresa Ribera al frente, es una locura de tal calibre que no reducirá el carbono pero sí puede destrozar la economía. Y la economía no es un ente abstracto, es la miseria o la riqueza de las personas.

Se han batido todas las marcas de demagogia con la aparición de la ‘ciencia activista’

Además, no lo olviden, al final, lo que pretende todo el movimiento verde mundial es reducir el número de personas que puedan existir sobre la tierra. Es decir, el enemigo de los ecologistas es el hombre.

Volvamos a nuestra cronista televisiva, tan angustiada ante villanos como Donald Trump -o sea, gente con sentido común- y otros negacionistas. El movimiento verde se ha hecho con el término ciencia y con el término pueblo.

El calentamiento global no es ni científico, por inabarcable, tanto en sus causas como en su consecuencias, ni popular: sólo es políticamente correcto. Pero sí es una grandísima estafa. Lo primero ya se deja ver en las predicciones apocalípticas que no se han cumplido. Recuerden, verbigracia, que para 2018 iban a desaparecer toda las playas del Mediterráneo. Es igual: si los profecías verdes no se cumplen nos inventaremos otras… tan científicas como las anteriores, naturalmente.

Al Gore, el vicepresidente más embustero: con el aborto y con el osito blanco

Al tiempo, se han batido todos las marcas de demagogia con la aparición de la ‘ciencia activista’. Si un científico se atreve a poner en solfa, aunque sea mínimamente, la gran estafa de la ciencia apocalíptica, al servicio de los ecologistas, se le echan encima o simplemente le silencian los grandes multimedia, aliados de la chifladura del calentamiento global, o de la gran neurosis global, como hemos denunciado en Hispanidad.

La verdad es que sobre el clima, desconocemos, científicamente, tanto su alcance como su naturaleza. Se trata de un fenómeno tan inmensurable como impredecible. Es más: no sabemos si el cambio climático es bueno o malo. Sabemos que es bueno para algunas cosas y malo para otras. Ni tan siquiera sabemos si el planeta camina hacia el calentamiento global o hacia una nueva glaciación. Es igual, la ciencia onegera ya ha decidido y se prepara para fastidiarnos a todos en el presente -fastidio real- para un supuesto salvamento futuro -salvamento hipotético-.

Los verdaderos científicos no se atreven a hacer afirmaciones tajantes ni sobre las causas ni sobre las consecuencias del cambio climático que, por otra parte, siempre ha existido. Y la ciencia duda de las medidas propuestas por los científicos activistas, al tiempo que se sorprenden por el abandono de cuestiones clave para el medio ambiente. Por ejemplo: plantar árboles, productores de oxígeno, reforestar el planeta entero.

El enemigo de los ecologistas es el hombre. Todas las medidas propuestas en la COP25 coinciden en imponer sacrificios al ser humano en beneficio del planeta

Pero lo más sorprendente es que todas las medidas propuestas en la COP25 por los representantes del CMM (calentón mental mundial) coinciden en imponer sacrificios al ser humano -el quién- en beneficio del planeta tierra -el qué-. Es decir, imponen el panteísmo, (eco-panteísmo, si lo prefieren) la religión atea, la filosofía más cruel y la cosmovisión más castrante inventada por el hombre. Ahora lo llamamos orientalismos y por eso adoramos el yoga y otras memeces.

No es popular: es una neurosis colectiva, teledirigida por gobiernos y editores políticamente correctos que lo utilizan para convertir a los ciudadanos en votantes sumisos.

El mito -todo movimiento idiota necesita un mito idiota- del cambio climático es el exvicepresidente norteamericano Al Gore. Ya saben el hombre que en plena conferencia de la Población de El Cairo (1994) negaba que el Gobierno norteamericano estuviera financiando el aborto, la contracepción y la esterilización masiva en el Tercer Mundo (los ricos sí tienen derecho a tener hijos, los pobres no). El delegado del Vaticano, el español periodista Joaquín Navarro-Valls le respondió con cuatro palabras: “el señor vicepresidente, miente”. Y mentía.

Al Gore fue también el hombre del osito blanco, el osito polar. Rodeado de agua por todas partes, a punto de ahogarse en un cubito de hielo que en la pequeña pantalla parecía un ‘rock’ para el whisky. La verdad es que el osito es un cabronazo de mucho cuidado, al que le divierte degollar a sus víctimas antes de comérselas… y que no se encontraba a punto de ahogarse: es capaz de nadar hasta 500 kilómetros en busca de tierra, o hielo, firme. Pero la imagen del osito en apuros se nos ha quedado clavado en las meninges. Unes ambas teorías de Al Gore y descubrirán lo que buscan los ecolojetas: todo el empeño de la COP25 y de todo el movimiento de neurosis Greta Thumberg es lo mismo: un ataque terrorista contra la raza humana, consistente en que el hombre, el depredador -la mujer algo menos, por supuesto- debe desaparecer de la faz de la tierra, a ser posible en la próxima generación, porque esto de vivir, mola. Criar hijos, mola menos.

Menos mal que la COP25 ha fracasado pero no canten victoria temprana: la tabarra continuará. Los ecologistas son muy pesaditos.