No sólo de pan vive el hombre... El protagonista de esta historia es un diácono que atiende espiritualmente, es un decir, a moribundos en hospitales, en una importante capital española. Asegura que no les habla de Jesucristo para que no se ofendan. En serio, no es coña. Me veo obligado a preguntar:

-Entonces, ¿de quién o de qué les hablas? 

No le entiendo muy bien pero creo que les habla de solidaridad y a lo mejor hasta de sostenibilidad o inclusividad. En cualquier caso, su objetivo es consolarles para que mueran en paz o algo así.

¿Y cómo puede alguien morir en paz si está convencido de que la muerte es el final? ¿O cómo puede afrontar la muerte sin la esperanza que solo Cristo puede proporcionar? 

No es coña, nuestro diácono es un caso real que demuestra que los males de la Iglesia y, por tanto, del mundo, no están fuera, sino dentro. A un agonizante no sólo no es que no haya que hablarle de Cristo, es que sólo hay que hablarle de Cristo

Lo que significa esto: el problema no está en la mala leche de los progres sino en la falta de amor de los cristianos.

No sólo de pan vive el hombre... pero, encima, el cura, o el diácono, si sólo se dedican a dar pan, darán poco pan y no muy a tiempo. Para dar pan sirve un consagrado o cualquier otro, sea creyente o ateo. 

No lo piensen mucho: ¿acaso no es esto lo mismo que ocurre por ejemplo, con los nuevos libros de religión para escolares, donde es la propia Iglesia la que ha pergeñado un currículo donde, en la asignatura de religión, apenas se les hable de Cristo a los alumnos pero, eso sí, se les de la tabarra de la inclusividad, la igualdad, la sostenibilidad y demás jerigonza progre. 

O los cristianos volvemos a hablar de Cristo o esto no tiene solución. Esto no sólo es la Iglesia, es también la humanidad. El mal no es interno, es externo. 

Y por lógica, porque esto no se sostiene, afirmo que no puede quedar mucho tiempo para el cambio. Mejor empezamos ya.