Sr. Director:
San Juan de la Cruz ascendió a la cima del Monte Carmelo en una noche oscura. Son expresiones poéticas y figurativas de lo que fue su vida: Una continua lucha, una ascesis dinámica, incesante e infatigable, por senderos espirituales arduos y espinosos, pero nunca indecisos o vacilantes, recorridos jornada tras jornada. Eran tiempos convulsos en los que la ascética y la mística estaban acechadas en extremo por la inquisición.
Santa Teresa de Jesús, de quien san Juan era hijo espiritual, había sentido de cerca el palpar de la sospecha de determinados inquisidores, e igualmente Fray Luis de León y otros. San Juan cargó sobre sus espaldas y sobre su frágil cuerpo la persecución de algunos de los mismos religiosos del carmelo. Eran, lógicamente, otros tiempos y otras circunstancias; pero san Juan de la Cruz siguió siempre su ascensión “sin otra luz y guía, sino la que en su corazón ardía” que era el Amor Divino inflamado, puesto de manifiesto tanto en sus escritos como en su predicación y hasta en su propio ser.
Años de vida desde Fontiveros pasando por Medina del Campo, Ávila, Segovia, Granada y un sinfín de pueblos y ciudades hasta Úbeda, en la provincia de Jaén, donde el amoroso lance de sus casi cincuenta años de vida, pero nunca falto de esperanza, pudo lograr la plenitud de su existir y así exclamar satisfecho y confiado en Dios, su Señor: “volé tan alto, tan alto que le di a la caza alcance”.









