Que en Occidente manda el progresismo es una realidad palpable y, podríamos aseverar que incluso en varios aspectos contundente, como son el feminismo radical, la cultura de la muerte y la confusión fanática de la identidad de género. Pero cabe preguntarse qué es el progresismo o ser progresista, porque dejemos claro desde el principio que ninguno de nuestros líderes progresistas -Rodríguez ZapateroPedro SánchezAlberto Núñez FeijoóInés ArrimadasIrene Montero… y en general la izquierda parlamentaria incluidos los nacionalistas- han sido descubridores de nada y mucho menos pensadores de algo. Son meras piezas del tablero de juego, peones, alfiles o reinas al servicio del poder hegemónico. Títeres del pensamiento único que se dejan llevar y confunden al resto desde su posición dominante.

Por supuesto, señalaré que en España no hay ni una sola institución que no esté contaminada de progresismo, desde la Corona hasta el más pequeño ayuntamiento del último rincón, salvo honrosísimas excepciones. Hay que entender que se trata del pensamiento dominante, y que de la misma manera que España al descubrir América hizo un proyecto católico porque era la forma de ver y comprender al mundo -hasta la llegada del liberalismo luterano-, y los Reyes Católicos pusieron todo su empeño e Isabel de Castilla sus joyas para impulsarlo, hoy también hay miles de personas que consideran que lo que hacen es bueno, moralmente justo y necesario. El problema es que ninguno se ha parado a pensar por qué es o no bueno, solo se dejan llevar de la moda y del cepo malicioso de lo políticamente correcto. Procuraré poner mi granito de arena que explique la diferencia entre la España pos colombina y el mundo occidentalizado de progresía decadente. Mientras que la conquista de América construía y formaba naciones de hombres y mujeres libres e iguales, el progresismo anula la individualidad del hombre y es utilizado para que las clases políticas se empoderen ayudando a las élites mundiales a dominar las sociedades desde un proyecto fundamentalmente economicista e igualitario.

En España no hay ni una sola institución que no esté contaminada de progresismo, desde la Corona hasta el más pequeño ayuntamiento del último rincón, salvo honrosísimas excepciones

Pero volvamos a la pregunta, ¿qué es ser progresista? El progresismo es una idea que etimológicamente lleva a la confusión de algo que es elogioso y loable como el progreso de la persona que hace crecer para bien a la sociedad, tanto la civil como la científica. Sin embargo, al autodenominarse progresista para dar a entender que están en pro de hacer algo por todo ello, se convierte por efecto de la hipnosis del lenguaje en algo tan elogioso y loable como la raíz de su palabra. Pero no, los progresistas son solo activistas de una filosofía de vida errónea porque el objetivo no se ampara en lo moral, ni recaba en el bien común. Progresista, no es más que otro palabro del neolenguaje orwelliano que deconstruye en el rebaño ideas complejas hasta asentar simplezas mentales para llevarles al redil de la inoperancia. Palabros como salud reproductiva cuando hablas del aborto, que es todo lo contrario, o identidad de género cuando hablas de cortocircuitar la realidad sexual de un individuo/a.

Agustín Laje también se pregunta lo mismo: “El progresismo no debe confundirse con la mera lógica del progreso. Esta última, que, nos lleva al menos tan atrás como con san Agustín, que implica una concepción de la historia distinta del eterno retorno. (…) El problema, acaso, es a dónde. ¿A dónde progresa el progreso? ¿Cuál es su verdadero fin? ¿Cuál es el telos de progreso? La respuesta la da el filósofo Jonathan Ramos: “Tenemos que el progresismo moderno busca denodadamente liberarse de las determinaciones externas, para determinarse con una razón jurídica que tiene por plataforma una autonomía inmanente de la voluntad y la moral”. Es decir, un control sobre la conciencia individual, una sociedad de inútiles de facto para evitar el pensamiento crítico. Individuos alineados al estándar sociopolítico encaminados a la nada.

Mientras que la conquista de América construía y formaba naciones de hombres y mujeres libres e iguales, el progresismo anula la individualidad del hombre y es utilizado para que las clases políticas se empoderen ayudando a las élites mundiales a dominar las sociedades

El verdadero progreso es el de la persona en su libertad de conciencia. Mientras que el progresismo de los progresistas trata de la libertad social, donde a la persona se le estabula por medio del igualitarismo, quiero decir, en la ruptura de la verdadera libertad de la unicidad que cada persona tiene, que le hace único ante todos los hombres de toda la historia.

Ante la presión del igualitarismo se comprende el impulso constante de la cultura de la muerte ya que solo los enfermos físicos y psíquicos, así como el no nacido y las personas potencialmente eutanásicas, no pueden encajar en un sistema productivo útil y neoliberal, que en el fondo prodigan los progresistas desde la socialdemocracia y la sociedad del bienestar, solo para algunos.

Política y Sociedad (Encuentro), del Papa Francisco y Dominique Wolton. Como en el nacimiento del Nuevo Mundo, la catolicidad de pensamiento hizo progresar a la sociedad, hoy también tenemos la respuesta en la Iglesia con la connivencia de la sociedad civil. Este libro trata temas tales como la paz y la guerra; la política y las religiones; la mundialización y la diversidad cultural; los fundamentalismos y la laicidad; Europa y los migrantes, la ecología, las desigualdades en el mundo; el ecumenismo y el diálogo interreligioso, y el individuo, la familia y la alteridad.

La batalla cultural (Sekotia), de Agustín Laje. No se trata de confrontar la nueva derecha con la izquierda progre, porque en ese campo tenemos la batalla perdida. Se trata de crear un flujo cultural nuevo para propiciar una alternativa de pensamiento esquivando la guerra de las ideas que acabarán siendo -como ya sucede en muchos lugares- entre las sociedades occidentales. Este libro propone un guión importante sobre en qué campos y aspectos debemos presentar nuevas opciones de pensamiento.

La crisis social de nuestro tiempo (El buey mudo), de Wilhelm Röpke. El autor no se limita a expedir recetas económicas, sino que entiende que las causas de la crisis son más profundas y complejas, ya que atienden a desórdenes tanto morales como culturales. Valedor de lo que se ha denominado como “milagro económico alemán” tras la Segunda Guerra Mundial, Röpke es una de las voces con mayor autoridad de todo el siglo XX.