Es evidente que España, ya desde la Spania visigoda, ha sido “el país católico de referencia”, por expresarlo en términos modernos. Como el lector de Hispanidad.com sabe de historia, seguro que evocará el Concilio de Toledo, san Hermenegildo y Recaredo, los diversos avatares de la Reconquista, los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros, la Evangelización de América, la Escuela de Salamanca, Lepanto, el apogeo de la literatura cristiana en el siglo de Oro, etc., etc. También se acordará de algunas decenas o cientos de los más de mil santos y beatos (España es el país con más hombres y mujeres en los altares, con mucha diferencia respecto al segundo), y de muchas de las miles de obras de arte en pintura, escultura y arquitectura realizadas por la fe católica en nuestro país, así como en el hondo sentido cristiano de todas nuestras fiestas y tradiciones populares.
Así lo han reconocido, con gran admiración, papas, historiadores y literatos de las más diversas procedencias, como, entre otros muchos, San Juan Pablo II o G.K. Chesterton, por citar a dos de mis santos favoritos.
Pero hoy, en nuestros días, es también evidente que esa impronta cristiana que ha configurado la esencia de España es poco reconocible en muchísimos aspectos, instituciones, sectores y usos de nuestra sociedad. El proceso descristianizador que se ha dado con virulencia en toda Europa, sobre todo desde los años sesenta del pasado siglo, aunque sus raíces datan de la Ilustración dieciochesca, ha alcanzado también a nuestro país que, en eso, no ha sido diferente a los demás, aunque haya tenido algunas pequeñas peculiaridades, como que empezara un poquitín más tarde, por los motivos que todos los de mi generación recordamos.
Bien es cierto que aún hay muchos otros aspectos que sí conservan ese sentido cristiano. Por ejemplo, todavía hay varios millones de personas que asisten a la Santa Misa los domingos; que en la bendita noche buena han ido a la Misa del gallo y han rezado ante el Belén, puesto con mimo en sus casas; que la Semana Santa ha adquirido un auge nuevo en los últimos años en casi todo el territorio español…
Sin embargo, en esta Navidad he podido observar una involución tremenda hacia la falta de consideración del significado real, único y prístino de la celebración del nacimiento de Cristo, como tuve ocasión de apuntar ya en el artículo de la semana pasada. Tristemente, lo del “felices fiestas” está ganando por goleada ya a “Feliz y Santa Navidad”.
Todavía hay varios millones de personas que asisten a la Santa Misa los domingos; que en la bendita noche buena han ido a la Misa del gallo y han rezado ante el Belén, puesto con mimo en sus casas; que la Semana Santa ha adquirido un auge nuevo en los últimos años en casi todo el territorio español…
Por eso, es pertinente que nos cuestionemos si España ha dejado de ser católica. O, mejor expresado, hasta qué punto ha llegado a descristianizarse nuestro querido país.
Y la respuesta no puede dejar de ser un homenaje a los gallegos: depende de qué institución, de qué sector de población, de qué profesiones se trate… Y de qué aspectos se considere. Como recomendaba Santo Tomás de Aquino, conviene distinguir, antes de aseverar cualquier cosa.
Y, como también recomendaba el gran filósofo y teólogo, hay que definir muy bien, en primer lugar, el término objeto de estudio o de comparación. Que en el caso que nos ocupa, sería qué se entiende por un país católico o por un ciudadano católico.
Pues bien, aunque habría que hacer ciertas matizaciones, la respuesta es muy sencilla: un país católico es el país en el que una mayoría de personas tratan de vivir conforme a las enseñanzas, preceptos y tradiciones perennes de la fe católica y eso se manifiesta en las leyes y costumbres del país. Entre otras cosas, un país católico es aquel en el que la mayoría de personas viven bien el matrimonio cristiano y procuran enseñar a sus hijos el amor a Dios y al prójimo y los demás mandamientos, y acuden a los sacramentos; en el que se respeta, por ley y de hecho, el derecho a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; en el que se respeta la propiedad privada y no se roba; en el que hay un sistema de justicia justo; en el que impera la verdad y la libertad; en el que hay un “ordo amoris” y un “ordo justitiae”… Etc., etc.
Y todo ello, bajo la consideración de que “obras son amores y no buenas razones”. Por ejemplo, la ministra más reciente nombrada por el Presidente del Gobierno no puede ser considerada católica, aunque ella declare que lo es, pues está a favor del aborto y de toda la política anticristiana del Gobierno... Y las visitas al Papa en el Vaticano no confiere ningún acta de creyente.
La primera “perogrullada” es que, amén de que la Constitución no nombra a Dios para nada, una gran parte de las leyes que rigen nuestro país son anticristianas y antihumanas: ley del aborto, de la eutanasia, de la igualdad de género, del sí es sí, de “memoria democrática”…
Aplicando esto a los diversos estratos políticos y sociales, y relaciones de poder de acción e influencia que hay en la sociedad española, y una vez realizado un estudio sociológico, con los datos e impresiones pertinentes a la pregunta que nos ocupa, sin pretender ser exhaustivo, he llegado a una serie de conclusiones provisionales, algunas de las cuales, lo confieso, son propias de Pero Grullo.
La primera “perogrullada” es que, amén de que la Constitución no nombra a Dios para nada, una gran parte de las leyes que rigen nuestro país son anticristianas y antihumanas: ley del aborto, de la eutanasia, de la igualdad de género, del sí es sí, de “memoria democrática”… Por lo que, si nos atenemos a esto, no podemos decir que España sea un país católico.
Como las leyes no salen del bombo de la lotería nacional, sino que se discuten y aprueban en el Parlamento, habría que concluir que la inmensa mayoría de los parlamentarios no son católicos o, dicho de otra manera, que el actual Parlamento español no es católico.
Y mucho menos, si consideramos las obras del actual Presidente de Gobierno, de sus ministros y del Partido que lo sustenta. La corrupción social, económica e institucional viene causada precisamente por no tener en cuenta ni a Dios ni a las leyes divinas. Por lo que España, actualmente no es que no tenga un Gobierno católico, sino que es anticatólico.
Si esto es tremendo, también es muy triste que el Jefe del Estado haya dejado de ser católico. La “felicitación de Navidad” de hace unos días es el último entre muchos “olvidos de Dios” reales, en el doble sentido del adjetivo.
Así que, a tenor de lo que llevamos visto, aunque es sólo una pequeña parte del objeto de estudio, parece que es necesario rezar por España y, en la medida de lo posible, con oraciones y actos de reparación. Quizás, en estas Navidades, podemos decirle al Niño Jesús y ante la Hostia Santa en la Adoración Eucarística aquello del pequeño Francisco de Fátima: “Señor, yo creo, espero, te adoro, te amo. Te pido perdón por los que no creen, no esperan, no te adoran, no te aman”.










