Stephen Barr, presidente de la Sociedad de Científicos Católicos
En 2016 nació en EEUU la Sociedad de Científicos Católicos.
La crearon seis amigos científicos pero en dos años ya superaban los 600 socios y hoy cuenta con 1.800 socios en 55 países.
En Europa cuenta con unos 200 y la Sociedad empieza a crear capítulos regionales: el primero, el de España, y muy pronto también nacerá el de Polonia, cuenta Religión en Libertad.
Desde el pasado jueves 15 de septiembre y hasta el sábado 17 de septiembre, se reunieron unos 50 científicos llegados de toda España para el primer congreso español de la Sociedad de Científicos Católicos. La reunión tuvo lugar en el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra.
Su presidente internacional, Stephen Barr, profesor emérito de Física y Astronomía en la Universidad de Delaware, estuvo en Pamplona y Religión en Libertad ha recogido sus declaraciones.
"En los 60 yo era estudiante en una universidad cristiana y no conocía a ningún cristiano entre mis compañeros ni profesores, ni podía decir el nombre de ningún científico religioso. Sospechaba que existían pero que debían ser muy pocos. No experimenté hostilidad, pero sí aislamiento, ser el único, y eso puede ser desmoralizador. Gracias a Dios, yo tenía convicciones sobre Dios, Cristo y la Iglesia muy firmes, porque de adolescente había pensando muy en serio en estos temas, pero este aislamiento debilita a muchos creyentes".
"Mucho después descubrí que hay un espejismo engañoso causado por los mismos creyentes: sintiéndose aislados, se aíslan aún más, se esconden. Es un bucle. Algunos temen ser castigados si se muestran como cristianos, a veces con razón. Pero sus compañeros no creyentes, al no ver científicos con fe, piensan que no existen y eso hace que menosprecien más a lo católico, lo que a su vez fortalece que se escondan. Hay ateos muy expresivos pero no creyentes muy expresivos".
Este es el bucle vicioso que la Sociedad de Científicos Católicos está rompiendo con asociacionismo, amistad, actividades y visibilidad.
En los 60 yo era estudiante en una universidad cristiana y no conocía a ningún cristiano entre mis compañeros y profesores
Kathy, la esposa de Barr, explica que ella asistió a las primeras reuniones de científicos católicos, en las que la gente hablaba y hablaba entusiasmada por los pasillos, conociendo gente nueva. Les preguntaba: "¿Qué sentimientos te despierta todo esto que estamos viviendo?" Y la gente le respondía: "¡Alivio! Porque ¡por fin puedo hablar!”.
"El científico católico no es especialmente individualista, pero está muy ocupado con su carrera, que absorbe y requiere mucho. Le cuesta encontrar tiempo para el asociacionismo: si le dices que haga una conferencia en un congreso, te lo hará, pero costará mucho que organice un grupo local, que invite a otros, etc…”, añade Barr.
Pero Barr no sólo se preocupa por científicos que se sienten solos. También por jóvenes -de ciencias o de letras- que dejan la fe. "En Estados Unidos los estudios de CARA Georgetown y de sondeos Pew han demostrado que cuando se pregunta a los jóvenes por qué dejan el cristianismo la respuesta más frecuente es 'entendí que ciencia y fe son incompatibles'. Pero no es cierto, no son incompatibles, hay armonía entre ellas. Y eso hemos de mostrar", insiste Barr.