Siempre he pensado que, si yo fuera ateo, ¿qué más me daría que un ser querido, mi padre, mismamente, recibiera los últimos sacramentos? Para mí, no significaría nada y, a fin de cuentas, la llamada materia del sacramento, agua, vino, aceite, una señal en la cruz realizada por el sacerdote, la imposición de manos... ningún mal puede hacer. 

Además, así cumpliría la última voluntad del difunto, que no la mía. Y sin embargo... Que no, que en el mundo no existen ateos, sino antiteos. 

El ex ministro Jorge Fernandez, en un libro del que ya hemos hablado, titulado 'El Tiempo de María', impresionante vademécum sobre las apariciones marianas en la era moderna, narra la muerte de Manuel Azaña, presidente de la II República española, en la localidad francesa de Montauban. 

Podría destacar muchas otras cosas sobre esta obra monumental y espléndida pero en ese momento resaltaré la interesante investigación sobre el Tercer Secreto de Fátima

Pero hablemos de la muerte de Azaña, que también resulta interesante. En sus últimos días, fue atendido espiritualmente por el obispo de la localidad, monseñor Pierre-Maríe Théas.Azaña vivía entonces en un pequeño hotel, tras su huida del avance de las tropas de Franco, en concreto desde el 5 de febrero de 1939. 

Por una carambola, y a través de una religiosa, el obispo acude al hotelito donde residía Azaña con su esposa y con una serie de próximos. Los dos hombres congenian de inmediato y Azaña ya muy delicado de salud, tras una serie de visitas del prelado, acaba por confesarse. El hombre que no había hecho nada por detener la más feroz persecución religiosa contra clérigos y laicos, de toda la historia de la Iglesia, intentaba justificar su actitud en los deberes del cargo, pero en cualquier caso, era muy consciente del mal que había hecho la II República-. En cualquier caso, Azaña insiste al obispo en que, por favor, vaya a visitarle todos los días.

Tras confesarse, el obispo intenta que reciba la Sagrada Comunión. EL político se muestra dispuesto pero su séquito y, sobre todo, los representantes del Gobierno de México, que pagaban los gastos del  hotel, impiden el paso al obispo hasta en cinco ocasiones. 

En resumen: Azaña muere con los sacramentos de la penitencia y la unción de enfermos, pero se le impide comulgar.

Ya es venerable la niña Carmen González- Valero, quien, a sus nueve años, ofreció su enfermedad por la conversión de Azaña... el mismo que había ordenado la ejecución de su padre

No sólo eso: a pesar de los deseos inequívocos de su viuda, se le entierra 'por lo civil', y su esposa acude después a pedirle perdón porque no ha conseguido un entierro eclesiástico: los que le mantienen, se han negado. 

Azaña, un hombre arrepentido, no puede recibir la comunión porque los progresistas que le rodean le niegan su libertad de  elección. El personaje esclaviza a la persona.

Hoy vuelve a suceder esto, con similar intensidad o con engaños piadosos. En nombre de la razón se prohíbe al ser humano cumplir  con su conciencia para no desmerecer a la propia causa. Es lo que podríamos llamar una eutanasia espiritual que suele ir acompañada de la eutanasia material. Pobre Azaña.