Ante el cura y ante el juez, varón y mujer otorgan al otro su ‘consentimiento’ y su fidelidad permanentes
No puede existir violación en el matrimonio -ni en el civil ni en el católico- por la sencilla razón que, tanto en uno como en otro, la mujer y el varón ya han otorgado su consentimiento de por vida... o al menos, mientras dure el vínculo al que se han comprometido.
Aun más, en el matrimonio canónico, porque el católico que contrae nupcias está entregando su cuerpo a su parienta, al igual que la católica que contrae matrimonio está entregando su cuerpo al maromo. Por tanto, si cualquiera de los dos cónyuges exige convivencia, el otro debe concedérsela, que ambos son “una sola carne”.
Eso sí, el fin del matrimonio católico no sólo es la procreación sino el mutuo auxilio, forma jurídica con lo que los juristas y canonistas se refieren a lo que el común de los mortales entendemos por amor. En plata: si una mujer se encuentra enferma y su esposo le pide sexo, el tal mastuerzo no estará violentando el sacramento pero sí la caridad, ley suprema del cristianismo, también en la vida matrimonial.
Eso sí: el débito conyugal está subordinado al amor. Si una mujer se encuentra enferma y su esposo le pide sexo, el tal mastuerzo no estará violentando el sacramento, pero sí la caridad, ley suprema del cristianismo
Ante el cura y ante el juez, varón y mujer otorgan al otro su ‘consentimiento’ y su fidelidad permanentes.
Ahora bien, tampoco puede haber violación en el matrimonio civil, porque también en el matrimonio civil, él y ella han dado su ‘consentimiento’ para la actividad sexual, un salvoconducto que dura mientras dure el matrimonio, exactamente igual que en el sacramento católico. Por tanto, tanto en uno como en el otro vínculo, no puede hablarse de agresión sexual, aunque sí de mala leche.
Y por cierto, el débito conyugal, propio de ambas entregas, es lo que da sentido a otra exigencia de aquellos que libremente han decidido comprometerse en matrimonio: la fidelidad: tu cuerpo me pertenece a mí y sólo a mí, y el mío te pertenece a ti y sólo a ti. Si se lo otorgas a otro, me estás robando.
Más equívocos al uso, especialmente mientras ha durado doña Irene Montero como ministra, correspondencia temporal cuyo porqué me ahorro el trabajo de describir: la ‘grossem chorradem’ del distingo entre violencia de género, o violencia machista y violencia doméstica. El Sanchismo ha convertido las alusiones de Vox -que debería hablar más claro- a la llamada violencia de género como violencia intrafamiliar, o doméstica, como la demostración inequívoca de que Vox y el PP aplauden la matanza de mujeres. Lo cierto es que la expresión ‘violencia doméstica’ se refiere a la violencia que ejerce un hombre sobre su mujer, no sobre cualquier mujer. Esto es importante: no le pegan porque sea mujer, le pegan porque es su mujer y el amor se ha convertido en odio.
Claro que la mujer puede ejercer violencia sobre el varón, especialmente violencia psicológica. Eso de que el hombre siempre es culpable sólo pueden creérselo los idiotas, idiotos e idiotes
¿Y pegar a la propia es más grave que pegar a la ajena? Por supuesto que sí, pero precisamente por eso es más lógico hablar de violencia familiar o doméstica que de violencia machista o de género.
Además, lo de violencia de género es un nido de mentiras -por ejemplo, que la mujer no puede ejercer violencia sobre el varón- o de todas las exageraciones -por ejemplo, que la mujer nunca es culpable de nada, tampoco de violencia psicológica-. Lo cierto es que toda la campaña feminista no oculta más que una obviedad -otra vez la solemnización de lo obvio-: la violencia entre ambos sexos ocurre cuando el matrimonio se rompe, cundo el amor se ha convertido en odio. Entonces cada sexo emplea sus mejores armas contra el enemigo: el hombre, la fuerza bruta. ¿Decir esto significa justificar un ápice que un varón golpee a una mujer? Naturalmente que no, pero esa trola miserable es la que pretenden hacernos creer los señores del PSOE y de Podemos... y del PP. Y me temo que están teniendo éxito en su intento. Verbigracia: ahí tienen a doña Cuca Gamarra, dominada por sus complejos y controlada por su vacío, asegurando que “claro que la violencia machista existe”. Claro que existe, señora, al igual que existe la violencia feminista, esto es, la que ejerce la mujer contra el varón. Lo que ocurre es que si se trata de violencia física, la más primaria de todas las violencias, el varón suele llevar las de ganar.
No existen negacionistas de la violencia de género. Lo que existen son gente sensata -hombres y mujeres-, sabedores de que no siempre el hombre es verdugo y de que no siempre la mujer es víctima
¿Que esa violencia debe ser castigada? Por supuesto que sí, nadie dice lo contrario. Desde luego, no Vox. Para un hombre bien formado ver a un hombre aprovecharse de su mayor fuerza física para golpear a una mujer siempre ha sido considerado una villanía. Especialmente en tiempos de más caballerosidad... esa virtud masculina que repudian las feministas.
En resumen, no existen negacionistas de la violencia de género. Lo que existen son gente sensata -hombres y mujeres-, sabedores de que no siempre el hombre es verdugo y de que no siempre la mujer es víctima. Y si Pedro Sánchez, que todo podría suceder, gana las elecciones del 23-J gracias a la “violencia machista de Vox” con estos argumentos, mitad peregrinos, mitad hipócritas, entonces sí que empezaré a preocuparme por la salud psíquica de los españoles.
Insisto: ha llegado el momento en el que tenemos que demostrar que la hierba es verde, el momento en que lo natural parece una estridencia y la verdad, la mayor de las ofensas.