Tokio, los Juegos Olímpicos sin público, también pasarán a la historia como las Olimpiadas de los psicólogos
Los de Tokio han sido Juegos Olímpicos sin público, y el deporte sin público es una especie de onanismo para superhombres y supermujeres, con más bíceps que cerebro y más vanidad que corazón.
El deporte de competición, el deporte-espectáculo no así el deporte privado, no es nada sin público. El profesional del deporte (los Juegos Olímpicos renunciaron al amateurismo tiempo atrás, mal hecho) no es ni bueno ni malo: sólo es mejor o peor que el de al lado. Y se olvida que cualquier animal irracional superaría en destreza y ridiculizaría a cualquier deportista.
El deporte-profesional, sin público, sólo a través de la pantalla, resulta más frío que un pez. Y lo malo no es que los peces resultan fríos: es que, además, resultan viscosos. París debería aprender la lección. Por el momento, no da señales de haberlo hecho.
Tokio también pasarán a la historia como las Olimpiadas de los psicólogos. Quien iba a ser la estrella de los Juegos, la norteamericana Simone Biles, ya en Japón, se marchó al psicólogo porque se sentía deprimidísima. Todos la alabaron en su deserción y la aplaudieron con su regreso al estadio. No comprendo por qué: el temor a perder sólo paraliza a quien tampoco sabía ganar. Un comentarista pregonaba las bondades de la gimnasta: Simone antepuso su salud a la competición. Pues muy mal. El deportista se esfuerza al máximo en las grandes citas aunque su salud se resienta… que siempre se resiente al realizar esfuerzos máximos.
Para París, menos psicología, más humildad… y público.