A Robert Francis Prevost le pilló el Covid en la diócesis de Chiclayo (Perú), de la que era su obispo. Como lamentablemente sucedió en Roma, y en gran parte del mundo, Prevost cerró las iglesias durante los primeros meses de pandemia y cuando reabrió la catedral, estableció una serie de normas para evitar, supuestamente, el contagio, tal y como publicó el medio peruano Rpp.pe, en un excelente reportaje, con imágenes cedidas por el Padre Fidel Purizaca.

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Las dos medidas más serias fueron la comunión en la mano, por debajo de una mampara de seguridad entre el sacerdote y el fiel, y la confesión, aunque presencia, a través del móvil. Y es que unos días antes, otro obispo de Perú recibió un escrito del Vaticano diciendo que el sacramento de la confesión debía ser presencial, auricular (no en el sentido telefónico) y secreto. Al parecer, Prevost también se asustó con el coronavirus.

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Sin embargo, en la homilía de la Solemnidad del Corpus Christi, ese mismo año 2020, el obispo de Chiclayo parafraseó a San Juan Pablo II: “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”. “Este es el gran misterio que celebramos hoy. Un Misterio grande, Misterio de misericordia, misterio de amor. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida”, afirmó.

“Por encima de todo, un obispo tiene que proclamar a Jesucristo”, señaló, ya siendo cardenal, en 2023, en una entrevista publicada en una web agustiniana. Ahora ha sido elegido sucesor de Pedro, obispo de Roma. Que Dios le guíe… y él se deje.