
San Joaquín y Santa Ana, padre de la Virgen María. Hoy es su fiesta litúrgica y mañana domingo celebramos la Jornada Mundial de los abuelos.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que la esperanza de vida crece, al tiempo que mengua la vida esperanzada, los abuelos nos hemos tornado imprescindibles.
Y como no nos atrevemos ni tan siquiera a cuestionar la incorporación masiva de la mujer al trabajo, hemos decidido convertirnos en eunucos y esclavizar a los abuelos. Tenemos pocos hijos y a pesar de ello necesitamos que los abuelos nos echen una mano en su cuidado porque nuestras vidas se han vuelto extraordinariamente complejas, ¡oh sí! Bueno, al menos se han vuelto muy complicadas.
Pero la ayuda de los padres grandes no se reduce a llevar a los pequeños al colegio. El vacío que llenan es mucho mayor, por mor de la degeneración y confusión de la sociedad actual. El abuelo de ayer era una ayuda, el de hoy es mucho más: es una esperanza... porque todavía cree en el bien y el mal, y sus hijos han perdido esa perspectiva imprescindible para sobrevivir.
No digo que mi generación sea mejor que la de mis hijos, digo que no habíamos nacido en medio de la confusión. Es más, me acuso de que fue mi generación la que empezó a perderse y si quieren fechar el origen del despiste háganlo en el Mayo francés de 1968, esa rebelión intelectual con unos postulados tan profundos que podemos resumirlos así: queremos fornicar. La de nuestros hijos ya tuvo que lidiar con una confusión tan espantosa entre el bien y el mal que el bien dejó de importar, bastaba con sobrevivir. Pues eso: nuestra sociedad era más alegre -y más botarate, lo sé- que las de nuestros retoños y me temo que mis nietos se enfrentan al mismo problema pero crecido.
Así que lo mejor que podemos hacer es enseñar a nuestros nietos que el bien y el mal existen y pueden identificarse. El resto vendrá por añadidura... supongo.









