El que fuera presidente de Iberia, hoy primer ejecutivo de la BBK (una de las entidades, por cierto, más afectada por la kale borroka) ha decidido reformar su posición en Iberdrola, compañía de la que es consejero. El pasado 12 de septiembre adquirió 4.586 títulos a 29,38 euros y 2.214 a 29,39. En total, la inversión asciende a 199.805 euros, elevando su participación hasta los 40.328 títulos equivalentes al 0,004% del capital.

Minucias, pero un paso decisivo. En lo personal, porque 200.000 euros es dinero hasta para los ricos. En lo institucional, porque supone un gesto de afianzamiento no sólo de su persona, sino de la BBK en el proyecto de Iberdrola. Su consejero delegado, Ignacio S. Galán, optó por formar un núcleo duro con cajas de ahorro, principalmente vascas, por aquello de mantener la vasquidad de la empresa. De esta forma, pretendía blindarse frente a eventuales operaciones hostiles. Y la cosa marchaba.

Pero desde que el gobierno ha abierto la puerta grande a la entrada de E.ON, las cosas son diferentes. Las compañías españolas se sientes amenazadas. No tienen acción de oro, ni protección gubernamental, ni nada de nada. Son carne de OPA, como ya anunciara el entorno de La Caixa a Hispanidad antes de que se produjera el desenlace del baile de opas. Nada será igual si la CNE aprueba la operación de E.ON. Unas palabras proféticas, porque tras el brindis Zapatero-Merkel, el mundo de la gran empresa española vive en un permanente pánico a operaciones extranjeras. Así que en este entorno, que un consejero eleve su participación supone un refuerzo (por mínimo que sea) al mantenimiento del proyecto empresarial tal y como está. ¿O quizás piensa en las plusvalías de una OPA extranjera?