Ahora todos presionan al secretario general del Partido Popular, Mariano Rajoy, para que continúe. Todos menos Alberto Ruiz-Gallardón y Eduardo Zaplana, que esperan su oportunidad. El domingo 9, la encuesta del diario La Razón, que daba la victoria al PSOE sobre el PP, cayó como una bomba en la sede del Partido Popular.

 

El estudio de opinión daba al PSOE incluso más votos que los obtenidos el 14 de marzo: 44,9 frente al 43,3%. El PP bajaba desde los 38,2 hasta el 37,7. Es decir, lo que quiere, y no deja de insistir en ello, ese fino estratega que es Felipe González: Demostrar en las europeas que la victoria del 14-M no fue fruto del 11-M, que el PSOE no ha vuelto al poder gracias a la matanza de 192 personas. Ese es también el mayor empeño del equipo de estrategas que dirige el secretario de Organización del PSOE, Pepe Blanco. Por cierto, ha causado sensación en el mundo económico por sus declaraciones del domingo 9 al ligar los dos grandes vectores políticos del momento: el terrorismo y la previsible crisis económica internacional. Blanco afirmó que la gente tiene que elegir entre la Europa social y de pleno empleo, y la sumisión a Estados Unidos. Lo segundo se le puede atribuir, ciertamente, al PP, pero lo del pleno empleo no parece patrimonio del PSOE, precisamente.

 

Y todo ello ha hecho mella en el líder popular que estaría deseando tirar la toalla. Es más, su horizonte es el próximo Congreso del PP a celebrar en otoño. Pero si las cosas vinieran muy mal dadas en las europeas de junio, entonces ni esperaría. Podría marcharse y convocar un Congreso extraordinario. Por el momento, no ha conseguido ni tan siquiera librarse de la sombra de José María Aznar, un hombre que anda bastante deprimido, al decir de su propia esposa, Ana Botella, y que considera que el PSOE le robó las elecciones del 14-M. Y desde su condenado punto de vista, incluso podría tener parte de razón.

 

Es lo mismo: el caso es que con su actitud Aznar está poniendo en peligro la autoridad del sucesor a quien él mismo nombró.