Lo ha dicho el vicepresidente económico, don Pedro Solbes: no se puede reducir los impuestos sobre los carburantes porque eso supondría que el ciudadano subvencionaría a los conductores. Oiga, y sin despeinarse. Un tipo brillante, don Pedro. En primer lugar, uno juraría que un porcentaje significativo de ciudadanos son automovilistas. En segundo lugar, y esto resulta mucho más relevante, hay que tener mucha cara, rostro pétreo, para tildar de subvencionado a quien paga un impuesto especial de grueso calado.

Es el ciudadano quien subvenciona al Estado a través de todo tipo de impuestos, pero, muy especialmente, a través del impuesto especial sobre carburantes –también existe sobe tabaco y alcohol, pero nos gastamos más en combustible, hasta el resultado final: uno de cada dos euros que pasamos en la gasolinera se lo lleva el Estado, es decir, lo administra el Gobierno.

El poder de un político, y de un burócrata, son los impuestos. El señor Solbes, que es un político muy burocrático, no quiere perder ni un duro. Cuando más suba el precio del petróleo, más dinero recauda, que de porcentajes hablamos. Más dinero recauda y más se fastidia el ciudadano.

El otro argumento, también empleado por Solbes es que si se redujera el precio del combustible aumentaría el consumo. Es la visión de un burócrata: el ciudadano es una víbora ponzoñosa empeñado en eludir los impuestos que, con toda justicia, debe abonar a don Pedro y en derrochar el dinero que la generosidad de don Pedro le concede disfrutar tras saquearle con todo tipo de gravámenes.

Para el burócrata Solbes, en cada contribuyente anida un indeseable demiurgo que le impele a llenar el depósito de forma continuada y patológica, y a circular una y otra vez por los mismos lugares derrochando combustible, por el mero gusto de moverse de un sitio a otro. Y tan lamentable vicio no sólo es propio de los particulares sino de aquellos que gastan combustible por razones profesionales. Para don Pedro pensar que un ciudadano, y en especial un transportista, llena el depósito cuando no tiene otro remedio, obligado por la necesidad, es una muestra de inconcebible ingenuidad. No, es pura perversidad.

Por eso, nada de bajar impuestos, Lo que hay que hacer es subirlo aún más, para lograr el sueño de todo burócrata: que el Estado consiga superávit y los hogares déficit, que la economía marche bien y las economías familiares marchen fatal. En ello estamos.

Eulogio López